La miseria material es la que llamamos pobreza y " toca a viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural".
Y, continuaba el Papa, "frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria.... Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir".
¡Cuántas veces no vemos el rostro de Cristo en los pobres y en los últimos, ni somos valientes para cuestionar las violaciones de la dignidad humanas, las discriminaciones y los abusos que son el origen de la miseria, ni tampoco urgimos a las conciencias a convertirse a la justicia, la igualdad, la sobriedad y al compartir!
Frente a este reclamo del Papa, cuántas veces nos echan en cara a los hombres y mujeres de Iglesia la poca humanidad que corre por nuestras fatigas y la poca sinfonía con los problemas que hacen llorar a los seres humanos en la noche oscura de su vida.