En los orígenes del Cristianismo tenemos una experiencia muy precisa, la experiencia de unos hombres y mujeres, tocados y atraídos por Jesús de Nazaret, el Cristo, cuyas vidas se convirtieron en magníficas y distintas desde ese momento, alcanzando cotas de perfección y santidad increíbles a pesar de su debilidad.
En medio de sus afanes escucharon un na voz que les gritaba: "¡Ven y sígueme!" Una voz que se sigue oyendo en la dinámica del mundo y en la existencia de cada hombre y mujer, deseoso de encontrar un sentido global y permanente a su historia.
¡Si, este reclamo a seguir al Nazareno se prolonga desde el principio hasta nuestros días, y continuará hasta el final del tiempo!
La señal
de la presencia del Resucitado son los santos. Los santos palpan de vez en
cuando la perfección suprema de Dios y nos recuerdan a los humanos que el mal
puede ser vencido solamente con sacrificio, constancia y confianza.
Una amiga contó su maravillosa experiencia: “Mi padre fue asesinado en la guerra cuando yo era pequeña. Quedamos desolados y tristes. Sin embargo, mi madre me enseñó a perdonar a los verdugos y asesinos de mi padre…Todas las noches rezábamos por sus asesinos, y le pedíamos a Dios que no llenara nuestros corazones de odio, ira y violencia.
Cuando he crecido, he descubierto la grandeza de mi madre, que supo vivir y enseñar a sus hijos a vivir la máxima evangélica: “Amad a vuestros enemigos y rezad por vuestros perseguidores; así seréis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores” (Mt 5, 44-45).
Esta amiga actualmente es religiosa, dedicada a dar una buena noticia a los pobres, y a llenar de amor y de perdón el espacio que invade la violencia y el odio.
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