Una amiga contó su maravillosa experiencia: “Mi padre fue asesinado en la guerra cuando yo era pequeña. Quedamos desolados y tristes. Sin embargo, mi madre me enseñó a perdonar a los verdugos y asesinos de mi padre…Todas las noches rezábamos por sus asesinos, y le pedíamos a Dios que no llenara nuestros corazones de odio, ira y violencia.
Cuando he crecido, he descubierto la grandeza de mi madre, que supo vivir y enseñar a sus hijos a vivir la máxima evangélica: “Amad a vuestros enemigos y rezad por vuestros perseguidores; así seréis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores” (Mt 5, 44-45).
Esta amiga actualmente es religiosa, dedicada a dar una buena noticia a los pobres, y a llenar de amor y de perdón el espacio que invade la violencia y el odio.
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