VIDAS TRANSFORMADAS POR EL NAZARENO.
VAYAMOS AL ENCUENTRO pretende ser un blog para reafirmarse en la aventura de la fe cristiana, sabiendo, como nos decía Benedicto XVI que “la fe cristiana es ante todo encuentro con Jesús, una persona que da a la vida un nuevo horizonte… " (3-10-2007).
María de Nazaret comentó a Juan, el discípulo amado de Jesús, su magnífico testimonio: "No se puede expresar con palabras lo que aconteció en mi vida.. Desde pequeña fui educada en la fe de mis mayores. Sentí desde siempre que el Mesías, el Ungido de Dios, crecerá entre nuestras familias y que las promesas se cumplirán en la historia.
Nicodemo comentó a su amigo José de Arimatea: "Jamás sentí en mi vida tanto desconcierto que la noche en que me encontré cara a cara con Jesús. Sus ojos quedaron fijados en mi rostro pero sentía que aquellos ojos se clavaban en el corazón. Es difícil de explicar.
Sus palabras me hacían descubrir mi ignorancia en medio de tanta sabiduría vana. Eran palabras que iban más allá de la ley de Moisés y de la reglamentación del templo.
Sentí que su llamamiento para "nacer de nuevo" me hacía sentirme un hombre viejo, anclado en el vacío y la legislación, la bondad aparente y el dualismo más incierto.
Jesús me hizo reconocer mi ignorancia y mi parálisis existencial. Y cuando me invitó a ponerme a tiro del Espíritu, solamente miré al cielo para encontrar una señal, una señal que me hiciera convencer a mi corazón que quedaba mucho camino por andar.
En estos días
proclaman sus amigos y discípulos que está vivo pero aún antes de su muerte
intuía que su vida entera estaba más allá de su realidad corporal y que sus
palabras provenían del más allá, allí donde tiene su origen el viento.
Pedro comentó en la cárcel poco antes de ser crucificado durante la persecución del emperador Nerón: "Yo vivía tranquilo con mi mujer y mis hijos en Cafarnaúm, dedicado a la pesca en el lago de Tiberíades. Mi tranquilidad quedó rota cuando apareció Jesús de Nazaret en la orilla del lago. Él compartió con nosotros sus inquietudes y sus sueños, sus esperanzas y anhelos, su amor por el Reino de Dios y su imagen apasionada del Padre.
Aquella tarde yo venía del campo y fui obligado a ayudar a un pobre hombre que caminaba hacia el patíbulo, portando un gran madero para ser elevado con unos gruesos clavos en el monte Calvario.
Aquel espectáculo era lamentable. Una multitud gritaba enfurecida la muerte del traidor y blasfemo, mientras otros, los menos, lloraban silenciosamente la muerte de aquel hombre, que algunos días antes había sido proclamado como Mesías a su entrada en Jerusalén.
Jamás sentí tanta paz y serenidad en mi alma que cuando Jesús gritó en la cruz un perdón para aquellos que le insultaban, calumniaban y crucificaban. Una petición de perdón que nos sobrecogió a todos los que estábamos allí.
Este gesto me ha perseguido durante toda mi vida .Ahora mis hijos Alejandro y Rufo pertenecen al grupo de sus seguidores y yo mismo estoy orgulloso de aquel encuentro.
Dijo el soldado romano: "No puedo olvidar jamás aquel día. Un grupo de soldados romanos estábamos en el patio y nos mandaron a un pobre hombre que era ajusticiado por blasfemo, impostor, enemigo de Roma y traidor de las tradiciones judías.
Le golpeamos, como manda la ley romana, dejándolo destrozado y roto. Y luego la burla cruel de nuestras bromas le pusimos una corona de espinas, una caña por cetro y un paño viejo como capa real.
Pedro, el pescador, fue uno de los discípulos predilectos del Señor, sobre el que edificó la comunidad cristiana, confirmándolo en la fe y diciéndole que “sobre él edificaría su Iglesia”.
Pedro era débil y lo confesó abiertamente cuando fueron redactados los evangelios. Ahí radica la grandeza de los seguidores del maestro que supieron reconocer que ninguno estuvo a la altura del momento, como muchas veces no estamos ninguno de nosotros.
Leví contó su encuentro con Jesús: “Yo era recaudador de impuestos y era despreciado por mi profesión. Nadie visitaba mi casa y cuando pasaban por ella escupían, miraban hacia el otro lado y maldecían mi apellido, mi familia, mis bienes y hasta mi propia vida.
Yo intentaba fortalecerme y no hacer caso de aquellos insultos pero cuando me quedaba solo, en el silencio de la noche, me visitaban los fantasmas interiores y me sentía sucio, despreciado y abandonado.
Sin previo aviso, apareció Jesús de Nazaret en el horizonte de mi vida. Me miró, me sonrió y me dijo: “Ven y sígueme”. Aquellas palabras sacudieron mi alma, las monedas en mis manos pesaron como piedras de molino y comprendí que aquella llamada hundía sus arpegios en mi corazón para hacerme salir de una vida mediocre y rastrera.
Han pasado varios años de aquella maravillosa experiencia pero aún queda viva como una canción de nuestra tierra en la lejanía del exilio.
Ahora anuncio con entusiasmo el triunfo de Jesús sobre la muerte pero lo que realmente me hace seguir adelante es la fuerza de aquel encuentro.
Después de la resurrección de Jesús, María Magdalena vivía retirada en una casa abandonada en el desierto de Judea, cerca del Mar Muerto. Y en el lecho de su muerte encontraron una carta, cargada de sentimiento:
Pero apareció Él en el horizonte de mi conflictiva existencia y me miró -no con los ojos apasionados de otras miradas sino con unos ojos que transparentaban la compasión de otras latitudes, más allá de las nubes y más cerca que yo misma-.
Me penetró por entera como raras veces he sentido ante los ojos de alguien y mi vida quedó quebrada en mil añicos. Y resonó fuertemente su voz suave y cautivadora, rítmica y seductora: "Vete y en adelante no peques más". Y ya jamás pude ser la misma. Toda mi vida quedó a tiro de la conversión y deseosa de nuevos rumbos, impensable desde entonces sin Él.
Muero pero estoy contenta de entrar gozosamente a la Vida".
"Querida hija: Te escribo desde Jerusalén, esta gran ciudad santa de nuestro padre y gran rey David. Te extrañará esta corta pero emotiva carta, pero no puedo pasar un día más sin compartir contigo mis lágrimas de alegría intensa.
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