1.-PLÁTICA: JESUCRISTO RESUCITADO ES
EL BUEN PASTOR.
TEXTO BÍBLICO: Jn
10,11-18.
“En aquel tiempo dijo Jesús: “Yo soy el buen Pastor. El
buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño
de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace
estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo
soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el
Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo,
además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que
traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me
ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la
quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo
poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre”.
MEDITACIÓN POR JUAN VICENTE CATRET S.J.:
El evangelio de este domingo nos presenta a Jesucristo
resucitado bajo tres imágenes: Pastor, Puerta y Vida. Vamos a reflexionar en
ellas, con el deseo y petición de San Ignacio de Loyola: “conocimiento interno
de Cristo, para más amarle y seguirle”.
La primera figura de Jesús es la de Pastor.
Imagen clara para los
pueblos nómadas, que para los modernos significa jefe o conductor. Jesús es el
líder de la Iglesia peregrina. Jesús habla a cada uno de nosotros en
particular, …Jesús nos habla al corazón.
Nos da ejemplo, va caminando “delante” en la
práctica del amor y la entrega. Jesús vive lo que predica. Predica el servicio
a los demás hasta dar la vida por todos…
La segunda imagen de Jesús es la Puerta.
No para cerrar el paso a nadie, sino
para abrirlo a todo el mundo, en todo tiempo y lugar. Es la puerta de su
Corazón abierto de par en par, al morir en la cruz, y al resucitar con las llagas
patentes, signo de acogida incondicional. Es la puerta estrecha que lleva a la
salvación.
La tercera imagen es la de la Vida.
Como el
mismo Jesús dice: “Yo he venido para que tengan vida en abundancia”.
Es la Vida del
resucitado, que ha vencido a la muerte, es el Viviente eterno. Los cristianos
estamos llamados a defender la vida humana y mejorarla, desde la concepción
hasta la muerte, añadiendo el nivel superior de la vida sobrenatural: la vida
de Dios en nuestras almas.
JESÚS ES EL BUEN PASTOR.
De todas las figuras que se aplican
a Dios en el Antiguo Testamento, la del pastor es una de las más entrañables,
que expresan la ternura y solicitud divinas en
favor de su pueblo.
Jesús se identifica como aquel a quien pertenecen
las ovejas, "el Buen Pastor" al que oyen y siguen. Aquel que las guía
a buenos pastos y las protege de los enemigos, dando incluso su vida por ellas.
Sin duda, se trata de un término que nos habla de propiedad, cuidado,
protección, conocimiento íntimo, amor ilimitado y sacrificado.
En este versículo Jesús manifiesta
que el verdadero pastor se distingue en cinco aspectos:
-El portero le reconoce como el
pastor y le abre la puerta del redil.
-Las ovejas reconocen su voz y
reaccionan a su llamamiento.
-Conoce bien a su rebaño y llama a
cada oveja por su nombre particular.
-Cada día saca a su rebaño a comer,
deseando que esté sano y bien alimentado.
-Da su vida por las oveja
LOS ENEMIGOS DE LAS
OVEJAS.
Las ovejas tienen varios
enemigos importantes que son descritos aquí.
Por
un lado hay ladrones y salteadores que intentan robar las ovejas a su legítimo
dueño.
También están los
asalariados, que sin ser enemigos de las ovejas, su interés por ellas es
totalmente egoísta. Por último está el lobo, que solo viene a arrebatar y
matar.
EL LOBO.
Otro de los grandes peligros para las ovejas es el lobo, que en las
Escrituras es usado como un símbolo de nuestro enemigo, el diablo.
El lobo ataca a las ovejas con
la clara intención de matarlas para alimentarse de ellas, pero con frecuencia,
muchas otras también resultan heridas, son dispersadas o mueren como
consecuencia de estos ataques.
El Señor
advirtió a sus discípulos de que este enemigo estaría siempre presente:
"He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos" (Mt 10,16).
TEXTO BÍBLICO: SALMO 23 (22).
23 (22)1Salmo de David. |El Señor es mi pastor, nada me falta: 2en verdes praderas me hace recostar; | me conduce hacia
fuentes tranquilas 3y repara mis fuerzas; | me guía por el
sendero justo, | por el honor de su nombre. 4Aunque camine por cañadas oscuras, |
nada temo, porque tú vas conmigo: | tu vara y tu cayado me sosiegan. 5Preparas una mesa ante mí, | enfrente de mis enemigos; | me
unges la cabeza conme, | y mi copa rebosa. 6Tu bondad y tu misericordia me acompañan | todos los días de
mi vida, | y habitaré en la casa del Señor | por años sin término.
Este es uno de los salmos más utilizados
en la Iglesia por los cristianos de todos los tiempos.
Jesús se nos presenta como el Buen Pastor
enviado a conducir a todo el rebaño de los fieles y como huésped acogedor para
todos los que somos peregrinos hacia la Casa del Padre.
Este precioso Salmo usa dos
imágenes para referirse al Señor: como Pastor y como Anfitrión, usadas
después en el Nuevo Testamento.
Este Salmo adquiere
su pleno significado en las palabras de Jesús en el Evangelio de San
Juan: Yo soy el buen pastor; conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí
(Jn 10, 14).
Jesús usará esta misma
comparación para explicar que es el Buen Pastor que “da su vida por las ovejas”
manifestando así su gran amor por los hombres.
La imagen del pastor se aplica en
el Antiguo Testamento al rey y a Dios mismo como protector de su pueblo.
La seguridad que ofrece el Señor,
aun en medio de las mayores tribulaciones, lleva a confiar en El, en su
autoridad y firmeza simbolizadas por la “vara y el cayado”.
1.-
El Señor es mi pastor, nada me falta:
El título de
«pastor» para nombrar a los reyes y guías del pueblo es habitual en el Oriente
antiguo, así como en Grecia y en otros pueblos. La Biblia lo utiliza varias
veces para hablar de Dios..
Dios mismo, en el capítulo 34 del
profeta Ezequiel, se compara a sí mismo con un Pastor que quiere cuidar,
proteger y alimentar a sus fieles. Como los jefes del Pueblo han sido malos
pastores, porque han utilizado a las ovejas en su propio provecho, Dios se
ocupará personalmente de cada una, cubriendo todas sus necesidades.
También
las ovejas reconocían la voz y el olor de su pastor.
El salmo quiere evocar esa atmósfera de afecto, esa experiencia de confianza,
de tranquilidad, porque se sabe que hay alguien que se interesa por ti, que se
preocupa por tu vida.
Ciertamente,
como escribió Santa Teresa de Jesús, «Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo
Dios basta».
2.-
en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y
repara mis fuerzas.
Después
del cansancio del camino, el alimento, la bebida y el descanso nos hacen tomar
fuerzas para poder seguir caminando. Literalmente dice: «repara mi aliento», mi
alma, entendido como mi vigor y mi vida también. En algunas ocasiones nos sentimos
agotados y nos parece que ya no podemos más.
Es
el momento de escuchar las palabras del Salmo 27: «El Señor es mi luz y mi
salvación, ¿a quién temeré? El Señor es mi fuerza y mi energía, ¿quién me hará
temblar? Aunque los malvados se levanten contra mí... Él me recogerá en su
tienda... Aunque mi padre y mi madre me abandonen, Él me acogerá».
3.- Me guía por el sendero justo, por el honor de su
nombre.
Experiencia
existencial de cada persona es descubrir que es un peregrinaje, y el camino a
veces es tortuoso y difícil.
Nosotros
sabemos que el Señor nos guía por el camino justo, el único bueno, aunque no lo
entendamos inmediatamente.
Él nos
lleva al mejor lugar, que nosotros solos no podríamos encontrar: las fuentes
tranquilas, el agua que produce paz y calma la sed más profunda del que la
bebe.
4.- Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.
Con
el sonido del bastón de Dios en nuestras vidas, no tenemos miedo ni de la
muerte.
I
|
I. MIEDO A LA INSEGURIDAD. Inseguridad, no tener dónde agarrarse. Perder
el equilibrio y el control.
|
II
|
II. MIEDO A PERDER LA DIRECCIÓN Y EL SENTIDO. No
encontrar sentido, ser aplastado por la vida y el sistema. Ser aprisionado ¡Sin guía!
|
III
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III. MIEDO A LA MUERTE O A SER “DEVORADO”. Ser absorbido por la agresividad de los
otros. Impotencia. No saber afrontar la muerte.
|
IV
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IV. MIEDO A LA INDEFINICIÓN. Miedo a no ser uno mismo. Indefinición.
|
V
|
V. MIEDO A
“NAUFRAGAR” Y QUEDAR EN PELIGRO. Estar rodeado y agobiado. No tener
salvación. Lugares peligrosos y tóxicos.
|
VI
|
VI. MIEDO A SER ASUMIR
RESPONSABILIDADES. Miedo y sospecha de las sombras. Miedo a ser aplastado por
el momento presente.
|
VII
|
VII. MIEDO AL
RIDÍCULO Y AL FRACASO. Fracaso repentino. Deseo de agradar y de triunfar, pero miedo
al ridículo y al fracaso. Miedo a no cumplir con las expectativas de los
demás.
|
VIII
|
VIII. MIEDO A SER
ABANDONADO. Miedo a perder la
estabilidad familiar, la salud, la estabilidad económica y social.
|
IX
|
IX. MIEDO A LOS
PROPIOS FANTASMAS. Encontrarse solo
con sus fantasmas. No cubrir nuestras expectativas personales y miedo al
fracaso. No saber enfrentarse con los propios miedos.
|
Con Dios
sabemos hacia dónde dirigir nuestros pasos y encontramos sentido último a
nuestra vida, a la existencia y al curso de la historia.
Con Dios superamos la tristeza y
dificultades de la vida.
5.-
Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con
perfume y mi copa rebosa.
“Alimento, aceite, vino: son los dones
que dan vida y alegría porque van más allá de lo que es estrictamente necesario
y expresan la gratuidad y la abundancia del amor” (Benedicto XVI).
6.-
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa
del Señor por
años sin término.
Dios nos prepara a cada uno de
nosotros dos guardaespaldas que nos acompañen siempre: su bondad y su
misericordia.
“La bondad y la fidelidad
de Dios son la escolta que acompaña al salmista que sale de la tienda y se pone
nuevamente en camino. Pero es un camino que adquiere un nuevo sentido, y se
convierte en peregrinación hacia el templo del Señor, el lugar santo donde el
orante quiere «habitar» para siempre y al cual quiere «regresar»” (Benedicto
XVI).
AUDIENCIA GENERAL. PLAZA DE SAN PEDRO. BENEDICTO XVI.
5-11-2011.
Queridos hermanos y hermanas:
Dirigirse al Señor en la oración implica un acto radical de
confianza, con la conciencia de fiarse de Dios, que es bueno, «compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad» (Ex 34,
6-7; Sal 86, 15; cf. Jl 2, 13; Gn 4,
2; Sal 103, 8; 145, 8; Ne 9, 17). Por ello
hoy quiero reflexionar con vosotros sobre un Salmo impregnado totalmente de
confianza, donde el salmista expresa su serena certeza de ser guiado y
protegido, puesto al seguro de todo peligro, porque el Señor es su pastor. Se
trata del Salmo 23 —según la datación grecolatina, 22—, un
texto familiar a todos y amado por todos.
«El Señor es mi pastor, nada me falta»:
así empieza esta bella oración, evocando el ambiente nómada de los pastores y
la experiencia de conocimiento recíproco que se establece entre el pastor y las
ovejas que componen su pequeño rebaño. La
imagen remite a un clima de confianza, intimidad y ternura: el pastor conoce
una a una a sus ovejas, las llama por su nombre y ellas lo siguen porque lo
reconocen y se fían de él (cf. Jn 10, 2-4). Él las cuida,
las custodia como bienes preciosos, dispuesto a defenderlas, a garantizarles
bienestar, a permitirles vivir en la tranquilidad. Nada puede faltar si el
pastor está con ellas. A esta experiencia hace referencia el salmista, llamando
a Dios su pastor, y dejándose guiar por él hacia praderas seguras: «En verdes
praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis
fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre» (vv. 2-3).
La visión que se abre ante nuestros ojos es la de praderas
verdes y fuentes de agua límpida, oasis de paz hacia los cuales el pastor
acompaña al rebaño, símbolos de los lugares de vida hacia los cuales el Señor
conduce al salmista, quien se siente como las ovejas recostadas sobre la hierba
junto a una fuente, en un momento de reposo, no en tensión o en estado de
alarma, sino confiadas y tranquilas, porque el sitio es seguro, el agua es
fresca, y el pastor vigila sobre ellas. Y no olvidemos que la escena evocada
por el Salmo está ambientada en una tierra en gran parte desértica, azotada por
el sol ardiente, donde el pastor seminómada de Oriente Medio vive con su rebaño
en las estepas calcinadas que se extienden en torno a los poblados. Pero el pastor sabe dónde encontrar hierba
y agua fresca, esenciales para la vida, sabe conducir al oasis donde el alma
«repara sus fuerzas» y es posible recuperar las fuerzas y nuevas energías para
volver a ponerse en camino.
Como
dice el salmista, Dios lo guía hacia «verdes praderas» y «fuentes tranquilas»,
donde todo es sobreabundante, todo es donado en abundancia. Si el Señor es
el pastor, incluso en el desierto, lugar de ausencia y de muerte, no disminuye
la certeza de una presencia radical de vida, hasta llegar a decir: «nada me
falta». El pastor, en efecto, se
preocupa por el bienestar de su rebaño, acomoda sus propios ritmos y sus
propias exigencias a las de sus ovejas, camina y vive con ellas, guiándolas por
senderos «justos», es decir aptos para ellas, atendiendo a sus necesidades
y no a las propias. Su prioridad es la seguridad de su rebaño, y es lo que
busca al guiarlo.
Queridos
hermanos y hermanas, también nosotros, como el salmista, si caminamos detrás
del «Pastor bueno», aunque los caminos de nuestra vida resulten difíciles,
tortuosos o largos, con frecuencia incluso por zonas espiritualmente
desérticas, sin agua y con un sol de racionalismo ardiente, bajo la guía del
pastor bueno, Cristo, debemos estar
seguros de ir por los senderos «justos», y que el Señor nos guía, está siempre
cerca de nosotros y no nos faltará nada.
Por
ello el salmista puede declarar una tranquilidad y una seguridad sin
incertidumbres ni temores: «Aunque
camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tu vas conmigo: tu vara y tu
cayado me sosiegan» (v. 4).
Quien
va con el Señor, incluso en los valles oscuros del sufrimiento, de la
incertidumbre y de todos los problemas humanos, se siente seguro. Tú estás
conmigo: esta es nuestra certeza, la certeza que nos sostiene. La oscuridad
de la noche da miedo, con sus sombras cambiantes, la dificultad para distinguir
los peligros, su silencio lleno de ruidos indescifrables. Si el rebaño se mueve
después de la caída del sol, cuando la visibilidad se hace incierta, es normal
que las ovejas se inquieten, existe el riesgo de tropezar, de alejarse o de
perderse, y existe también el temor de que posibles agresores se escondan en la
oscuridad. Para hablar del valle
«oscuro», el salmista usa una expresión hebrea que evoca las tinieblas de la
muerte, por lo cual el valle que hay que atravesar es un lugar de angustia, de
amenazas terribles, de peligro de muerte. Sin embargo, el orante avanza seguro,
sin miedo, porque sabe que el Señor está con él. Aquel «tú vas conmigo» es
una proclamación de confianza inquebrantable, y sintetiza una experiencia de fe
radical; la cercanía de Dios transforma la realidad, el valle oscuro pierde
toda peligrosidad, se vacía de toda amenaza. El rebaño puede ahora caminar
tranquilo, acompañado por el sonido familiar del bastón que golpea sobre el
terreno e indica la presencia tranquilizadora del pastor.
Esta
imagen confortante cierra la primera parte del Salmo, y da paso a una escena
diversa. Estamos todavía en el desierto, donde el pastor vive con su rebaño,
pero ahora somos transportados bajo su tienda, que se abre para dar
hospitalidad: «Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la
cabeza con perfume, y mi copa rebosa» (v. 5).
Ahora
se presenta al Señor como Aquel que acoge al orante, con los signos de una
hospitalidad generosa y llena de atenciones. El huésped divino prepara la
comida sobre la «mesa», un término que en hebreo indica, en su sentido
primitivo, la piel del animal que se extendía en la tierra y sobre la cual se
ponían las viandas para la comida en común. Se trata de un gesto de compartir no sólo el alimento sino también la
vida, en un ofrecimiento de comunión y de amistad que crea vínculos y expresa
solidaridad. Luego viene el don
generoso del aceite perfumado sobre la cabeza, que mitiga de la canícula del
sol del desierto, refresca y alivia la piel, y alegra el espíritu con su
fragancia. Por último, el cáliz
rebosante añade una nota de fiesta, con su vino exquisito, compartido con
generosidad sobreabundante.
Alimento, aceite, vino: son los dones que dan
vida y alegría porque van más allá de lo que es estrictamente necesario y
expresan la gratuidad y la abundancia del amor. El Salmo 104,
celebrando la bondad providente del Señor, proclama: «Haces brotar hierba para
los ganados, y forraje para los que sirven al hombre. Él saca pan de los
campos, y vino que alegra el corazón; aceite que da brillo a su rostro y el pan
que le da fuerzas» (vv. 14-15). El salmista se convierte en objeto de numerosas
atenciones, por ello se ve como un viandante que encuentra refugio en una
tienda acogedora, mientras que sus enemigos deben detenerse a observar, sin
poder intervenir, porque aquel que consideraban su presa se encuentra en un
lugar seguro, se ha convertido en un huésped sagrado, intocable. Y el salmista
somos nosotros si somos realmente creyentes en comunión con Cristo.
Cuando Dios abre su tienda para acogernos,
nada puede hacernos mal.
Luego,
cuando el viandante parte nuevamente, la protección divina se prolonga y lo
acompaña en su viaje: «Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días
de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término» (v. 6).
La bondad y la fidelidad de
Dios son la escolta que acompaña al salmista que sale de la tienda y se pone
nuevamente en camino. Pero es un
camino que adquiere un nuevo sentido, y se convierte en peregrinación hacia el
templo del Señor, el lugar santo donde el orante quiere «habitar» para siempre
y al cual quiere «regresar». El verbo hebreo utilizado aquí tiene el
sentido de «volver», pero, con una pequeña modificación vocálica, se puede
entender como «habitar», y así lo recogen las antiguas versiones y la mayor
parte de las traducciones modernas. Se pueden mantener los dos sentidos: volver
al templo y habitar en él es el deseo de todo israelita, y habitar cerca de
Dios, en su cercanía y bondad, es el anhelo y la nostalgia de todo creyente:
poder habitar realmente donde está Dios, cerca de Dios.
El seguimiento del Pastor conduce a su casa, es la meta de todo camino,
oasis deseado en el desierto, tienda de refugio al huir de los enemigos, lugar
de paz donde se experimenta la bondad y el amor fiel de Dios, día tras día, en
la alegría serena de un tiempo sin fin.
Las imágenes de este
Salmo, con su riqueza y profundidad, acompañaron toda la historia y la
experiencia religiosa del pueblo de Israel, y acompañan a los cristianos. La
figura del pastor, en especial, evoca el tiempo originario del Éxodo, el largo
camino en el desierto, como un rebaño bajo la guía del Pastor divino (cf. Is 63,
11-14; Sal 77, 20-21; 78, 52-54). Y en la Tierra Prometida era
el rey quien tenía la tarea de apacentar el rebaño del Señor, como David,
pastor elegido por Dios y figura del Mesías (cf. 2 Sam 5, 1-2;
7, 8; Sal 78, 70-72). Luego, después del exilio de Babilonia,
casi en un nuevo Éxodo (cf. Is 40, 3-5.9-11; 43, 16-21),
Israel es conducido a la patria como oveja perdida y reencontrada, reconducida
por Dios a verdes praderas y lugares de reposo (cf. Ez 34,
11-16.23-31). Pero es en el Señor Jesús en quien toda la fuerza evocadora de
nuestro Salmo alcanza su plenitud, encuentra su significado pleno: Jesús es el
«Buen Pastor» que va en busca de la oveja perdida, que conoce a sus ovejas y da
la vida por ellas (cf. Mt 18, 12-14; Lc 15,
4-7; Jn 10, 2-4.11-18), él es el camino, el justo camino que
nos conduce a la vida (cf. Jn 14, 6), la luz que ilumina el
valle oscuro y vence todos nuestros miedos (cf. Jn 1, 9; 8,
12; 9, 5; 12, 46). Él es el huésped generoso que nos acoge y nos pone a salvo
de los enemigos preparándonos la mesa de su cuerpo y de su sangre (cf. Mt 26,
26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 19-20) y la mesa
definitiva del banquete mesiánico en el cielo (cf. Lc 14, 15
ss; Ap 3, 20; 19, 9). Él es el Pastor regio, rey en la
mansedumbre y en el perdón, entronizado sobre el madero glorioso de la cruz
(cf. Jn 3, 13-15; 12, 32; 17, 4-5).
Queridos hermanos y hermanas, el Salmo 23 nos invita a renovar
nuestra confianza en Dios, abandonándonos totalmente en sus manos. Por lo tanto, pidamos con
fe que el Señor nos conceda, incluso en los caminos difíciles de nuestro
tiempo, caminar siempre por sus senderos como rebaño dócil y obediente, nos
acoja en su casa, a su mesa, y nos
conduzca hacia «fuentes tranquilas», para que, en la acogida del don de su
Espíritu, podamos beber en sus manantiales, fuentes de aquella agua viva «que
salta hasta la vida eterna» (Jn 4, 14; cf. 7, 37-39). Gracias.