VAYAMOS AL ENCUENTRO pretende ser un blog para reafirmarse en la aventura de la fe cristiana, sabiendo, como nos decía Benedicto XVI que “la fe cristiana es ante todo encuentro con Jesús, una persona que da a la vida un nuevo horizonte… " (3-10-2007).
Queridos
esposos y esposas de todo el mundo:
Con ocasión del Año
“Familia Amoris laetitia”, me acerco a ustedes para expresarles
todo mi afecto y cercanía en este tiempo tan especial que estamos viviendo.
Siempre he tenido presente a las familias en mis oraciones, pero más aún
durante la pandemia, que ha probado duramente a todos, especialmente a los más
vulnerables. El momento que estamos pasando me lleva a acercarme con humildad,
cariño y acogida a cada persona, a cada matrimonio y a cada familia en las
situaciones que estén experimentando.
Este contexto
particular nos invita a hacer vida las palabras con las que el Señor llama a
Abrahán a salir de su patria y de la casa de su padre hacia una tierra desconocida que
Él mismo le mostrará (cf. Gn 12,1). También nosotros hemos
vivido más que nunca la incertidumbre, la soledad, la pérdida de seres queridos
y nos hemos visto impulsados a salir de nuestras seguridades, de nuestros
espacios de “control”, de nuestras propias maneras de hacer las cosas, de
nuestras apetencias, para atender no sólo al bien de la propia familia, sino
además al de la sociedad, que también depende de nuestros comportamientos
personales.
La relación con Dios
nos moldea, nos acompaña y nos moviliza como personas y, en última instancia,
nos ayuda a “salir de nuestra tierra”, en muchas ocasiones con cierto respeto e
incluso miedo a lo desconocido, pero desde nuestra fe cristiana sabemos que no
estamos solos ya que Dios está en nosotros, con nosotros y entre nosotros: en
la familia, en el barrio, en el lugar de trabajo o estudio, en la ciudad que
habitamos.
Como Abrahán, cada
uno de los esposos sale de su tierra desde el momento en que, sintiendo la
llamada al amor conyugal, decide entregarse al otro sin reservas. Así, ya el
noviazgo implica salir de la propia tierra, porque supone transitar juntos el
camino que conduce al matrimonio. Las distintas situaciones de la vida: el paso
de los días, la llegada de los hijos, el trabajo, las enfermedades son
circunstancias en las que el compromiso que adquirieron el uno con el otro hace
que cada uno tenga que abandonar las propias inercias, certidumbres, zonas de
confort y salir hacia la tierra que Dios les promete: ser dos en Cristo, dos
en uno. Una única vida, un “nosotros” en la comunión del amor con Jesús,
vivo y presente en cada momento de su existencia. Dios los acompaña, los ama
incondicionalmente. ¡No están solos!
Queridos esposos, sepan que sus hijos —y especialmente los jóvenes— los observan con atención y buscan en ustedes el testimonio de un amor fuerte y confiable. «¡Qué importante es que los jóvenes vean con sus propios ojos el amor de Cristo vivo y presente en el amor de los matrimonios, que testimonian con su vida concreta que el amor para siempre es posible!» (1).
Los hijos son un regalo, siempre, cambian la historia de cada familia. Están
sedientos de amor, de reconocimiento, de estima y de confianza. La paternidad y
la maternidad los llaman a ser generativos para dar a sus hijos el gozo de
descubrirse hijos de Dios, hijos de un Padre que ya desde el primer instante
los ha amado tiernamente y los lleva de la mano cada día. Este descubrimiento
puede dar a sus hijos la fe y la capacidad de confiar en Dios.
Ciertamente, educar a
los hijos no es nada fácil. Pero no olvidemos que ellos también nos educan. El
primer ámbito de la educación sigue siendo la familia, en los pequeños gestos
que son más elocuentes que las palabras. Educar es ante todo acompañar los
procesos de crecimiento, es estar presentes de muchas maneras, de tal modo que
los hijos puedan contar con sus padres en todo momento. El educador es una
persona que “genera” en sentido espiritual y, sobre todo, que “se juega”
poniéndose en relación. Como padre y madre es importante relacionarse con sus
hijos a partir de una autoridad ganada día tras día. Ellos necesitan una
seguridad que los ayude a experimentar la confianza en ustedes, en la belleza
de sus vidas, en la certeza de no estar nunca solos, pase lo que pase.
Por otra parte, y
como ya he señalado, la conciencia de la identidad y la misión de los laicos en
la Iglesia y en la sociedad ha aumentado. Ustedes tienen la misión de
transformar la sociedad con su presencia en el mundo del trabajo y hacer que se
tengan en cuenta las necesidades de las familias.
También los
matrimonios deben “primerear” (2) dentro
de la comunidad parroquial y diocesana con sus iniciativas y su creatividad,
buscando la complementariedad de los carismas y vocaciones como expresión de la
comunión eclesial; en particular, los «cónyuges junto a los pastores, para
caminar con otras familias, para ayudar a los más débiles, para anunciar que,
también en las dificultades, Cristo se hace presente» (3).
Por tanto, los exhorto,
queridos esposos, a participar en la Iglesia, especialmente en la pastoral
familiar. Porque «la corresponsabilidad en la misión llama […] a los
matrimonios y a los ministros ordenados, especialmente a los obispos, a
cooperar de manera fecunda en el cuidado y la custodia de las Iglesias
domésticas» (4). Recuerden
que la familia es la «célula básica de la sociedad» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 66).
El matrimonio es realmente un proyecto de construcción de la «cultura del
encuentro» (Carta enc. Fratelli tutti, 216).
Es por ello que las familias tienen el desafío de tender puentes entre
las generaciones para la transmisión de los valores que conforman la humanidad.
Se necesita una nueva creatividad para expresar en los
desafíos actuales los valores que nos constituyen como pueblo en nuestras
sociedades y en la Iglesia, Pueblo de Dios.
La vocación al
matrimonio es una llamada a conducir un barco incierto —pero seguro por la
realidad del sacramento— en un mar a veces agitado. Cuántas veces, como los
apóstoles, sienten ganas de decir o, mejor dicho, de gritar: «¡Maestro! ¿No te
importa que perezcamos?» (Mc 4,38). No olvidemos que a través del
sacramento del matrimonio Jesús está presente en esa barca. Él se preocupa por
ustedes, permanece con ustedes en todo momento en el vaivén de la barca agitada
por el mar. En otro pasaje del Evangelio, en medio de las dificultades, los
discípulos ven que Jesús se acerca en medio de la tormenta y lo reciben en la
barca; así también ustedes, cuando la tormenta arrecia, dejen subir a Jesús en
su barca, porque cuando subió «donde estaban ellos, […] cesó el viento» (Mc 6,51).
Es importante que juntos mantengan la mirada fija en Jesús. Sólo así
encontrarán la paz, superarán los conflictos y encontrarán soluciones a muchos
de sus problemas. No porque estos vayan a desaparecer, sino porque podrán
verlos desde otra perspectiva.
Sólo abandonándose en
las manos del Señor podrán vivir lo que parece imposible. El camino es
reconocer la propia fragilidad y la impotencia que experimentan ante tantas
situaciones que los rodean, pero al mismo tiempo tener la certeza de que de ese
modo la fuerza de Cristo se manifiesta en su debilidad (cf. 2 Co 12,9).
Fue justo en medio de una tormenta que los apóstoles llegaron a conocer la
realeza y divinidad de Jesús, y aprendieron a confiar en Él.
A la luz de estos
pasajes bíblicos, quisiera aprovechar para reflexionar sobre algunas dificultades y oportunidades que
han vivido las familias en este tiempo de pandemia. Por ejemplo, aumentó el
tiempo de estar juntos, y esto ha sido una oportunidad única para cultivar el
diálogo en familia. Claro que esto requiere un especial ejercicio de paciencia,
no es fácil estar juntos toda la jornada cuando en la misma casa se tiene que
trabajar, estudiar, recrearse y descansar. Que el cansancio no les gane, que la
fuerza del amor los anime para mirar más al otro —al cónyuge, a los hijos— que
a la propia fatiga. Recuerden lo que les escribí en Amoris laetitia retomando
el himno paulino de la caridad (cf. nn. 90-119). Pidan este don con insistencia
a la Sagrada Familia, vuelvan a leer el elogio de la caridad para que sea ella
la que inspire sus decisiones y acciones (cf. Rm 8,15; Ga 4,6).
De este modo, estar
juntos no será una penitencia sino un refugio en medio de las tormentas. Que el
hogar sea un lugar de acogida y de comprensión. Guarden en su corazón el
consejo a los novios que expresé con las tres palabras: «permiso, gracias,
perdón» (5). Y cuando surja algún conflicto, «nunca terminar el día en familia sin hacer las
paces» (6).
No se avergüencen de arrodillarse juntos ante Jesús en la Eucaristía para
encontrar momentos de paz y una mirada mutua hecha de ternura y bondad. O de
tomar la mano del otro, cuando esté un poco enojado, para arrancarle una
sonrisa cómplice. Hacer quizás una breve oración, recitada en voz alta juntos,
antes de dormirse por la noche, con Jesús presente entre ustedes.
Sin embargo, para
algunos matrimonios la convivencia a la que se han visto forzados durante la
cuarentena ha sido especialmente difícil. Los problemas que ya existían se
agravaron, generando conflictos que muchas veces se han vuelto casi
insoportables. Muchos han vivido incluso la ruptura de un matrimonio que venía
sobrellevando una crisis que no se supo o no se pudo superar. A estas personas
también quiero expresarles mi cercanía y mi afecto.
La ruptura de una
relación conyugal genera mucho sufrimiento debido a la decepción de tantas
ilusiones; la falta de entendimiento provoca discusiones y heridas no fáciles
de reparar. Tampoco a los hijos es posible ahorrarles el sufrimiento de ver que
sus padres ya no están juntos. Aun así, no dejen de buscar ayuda para que los
conflictos puedan superarse de alguna manera y no causen aún más dolor entre ustedes
y a sus hijos. El Señor Jesús, en su misericordia infinita, les inspirará el
modo de seguir adelante en medio de tantas dificultades y aflicciones. No dejen
de invocarlo y de buscar en Él un refugio, una luz para el camino, y en la
comunidad eclesial una «casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida
a cuestas» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 47).
Recuerden que el
perdón sana toda herida. Perdonarse mutuamente es el resultado de una decisión
interior que madura en la oración, en la relación con Dios, como don que brota
de la gracia con la que Cristo llena a la pareja cuando lo dejan actuar, cuando
se dirigen a Él. Cristo “habita” en su matrimonio y espera que le abran sus
corazones para sostenerlos con el poder de su amor, como a los discípulos en la
barca. Nuestro amor humano es débil, necesita de la fuerza del amor fiel de
Jesús. Con Él pueden de veras construir la «casa sobre roca» (Mt 7,24).
A este propósito,
permítanme que dirija una palabra a los jóvenes que se preparan al matrimonio.
Si antes de la pandemia para los novios era difícil proyectar un futuro cuando
era arduo encontrar un trabajo estable, ahora aumenta aún más la situación de
incerteza laboral. Por ello invito a los novios a no desanimarse, a tener la
“valentía creativa” que tuvo san José, cuya memoria he querido honrar en este
Año dedicado a él. Así también ustedes, cuando se trate de afrontar el camino
del matrimonio, aun teniendo pocos medios, confíen siempre en la Providencia,
ya que «a veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir
recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener» (Carta
ap. Patris corde, 5).No
duden en apoyarse en sus propias familias y en sus amistades, en la comunidad
eclesial, en la parroquia, para vivir la vida conyugal y familiar aprendiendo
de aquellos que ya han transitado el camino que ustedes están comenzando.
Antes de despedirme,
quiero enviar un saludo especial a los abuelos y las abuelas que durante el
tiempo de aislamiento se vieron privados de ver y estar con sus nietos, a las
personas mayores que sufrieron de manera aún más radical la soledad. La familia
no puede prescindir de los abuelos, ellos son la memoria viviente de la
humanidad, «esta memoria puede ayudar a construir un mundo más humano, más
acogedor» (7).
Que san José inspire
en todas las familias la valentía creativa, tan necesaria en este cambio de
época que estamos viviendo, y Nuestra Señora acompañe en sus matrimonios la
gestación de la “cultura del encuentro”, tan urgente para superar las
adversidades y oposiciones que oscurecen nuestro tiempo. Los numerosos desafíos
no pueden robar el gozo de quienes saben que están caminando con el Señor.
Vivan intensamente su vocación. No dejen que un semblante triste transforme sus
rostros. Su cónyuge necesita de su sonrisa. Sus hijos necesitan de sus miradas
que los alienten. Los pastores y las otras familias necesitan de su presencia y
alegría: ¡la alegría que viene del Señor!
Me despido con cariño
animándolos a seguir viviendo la misión que Jesús nos ha encomendado,
perseverando en la oración y «en la fracción del pan» (Hch 2,42).
Y por favor, no se
olviden de rezar por mí, yo lo hago todos los días por ustedes.
Fraternalmente,
Francisco
Roma, San Juan de
Letrán, 26 de diciembre de 2021, Fiesta de la Sagrada Familia.
______
(1) Videomensaje a los participantes en el Foro "¿Hasta dónde hemos llegao con Amoris laetitia?" (9-Junio-2021).
(2) Cfr Exhort. ap. Evangelii gaudium,24.
(3) Videomensaje a los participantes en el Foro "¿Hasta dónde hemos llegao con Amoris laetitia?" (9-Junio-2021).
(4) Ibíd.
(5) Discurso a las familias del mundo con ocasión de su peregrinación a Roma en el Año de la Fe (26-Octubre-2013); cf. Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 133.
(6) Catequesis del 13 de Mayo de 2015. Cf. Exhort. Ap. Postsin. Amoris laetitia, 104.
(7) Mensaje con ocasión de la I Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores "Yo estoy contigo todos los día" (31-Mayo-2021).
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