VAYAMOS AL ENCUENTRO pretende ser un blog para reafirmarse en la aventura de la fe cristiana, sabiendo, como nos decía Benedicto XVI que “la fe cristiana es ante todo encuentro con Jesús, una persona que da a la vida un nuevo horizonte… " (3-10-2007).
Queridos hermanos y
hermanas:
La enfermedad forma parte de nuestra experiencia humana. Pero, si se vive en el aislamiento y en el abandono, si no va acompañada del cuidado y de la compasión, puede llegar a ser inhumana.
Cuando caminamos juntos, es normal que alguien se sienta mal, que tenga
que detenerse debido al cansancio o por algún contratiempo. Es ahí, en esos
momentos, cuando podemos ver cómo estamos caminando: si realmente caminamos juntos, o si vamos por el mismo camino, pero
cada uno lo hace por su cuenta, velando por sus propios intereses y dejando que
los demás “se las arreglen”. Por eso, en esta XXXI Jornada Mundial del Enfermo,
en pleno camino sinodal, los invito a reflexionar sobre el hecho de que, es
precisamente a través de la experiencia de la fragilidad y de la enfermedad,
como podemos aprender a caminar juntos según el estilo de Dios, que es
cercanía, compasión y ternura.
En el libro del profeta Ezequiel, en un gran oráculo que constituye uno de los puntos culminantes de toda la Revelación, el Señor dice así: «Yo mismo apacentaré mis ovejas y las llevaré a descansar —oráculo del Señor—. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma […]. Yo las apacentaré con justicia» (34,15-16).
La experiencia del extravío, de la enfermedad y de la
debilidad forman parte de nuestro camino de un modo natural, no nos excluyen
del pueblo de Dios; al contrario, nos llevan al centro de la atención del
Señor, que es Padre y no quiere perder a ninguno de sus hijos por el camino. Se
trata, por tanto, de aprender de Él, para ser verdaderamente una comunidad que
camina unida, capaz de no dejarse contagiar por la cultura del descarte.
La Encíclica Fratelli tutti, como ustedes saben, propone una lectura actualizada de la parábola del buen samaritano. La escogí como eje, como punto de inflexión, para poder salir de las “sombras de un mundo cerrado” y “pensar y gestar un mundo abierto” (cf. n. 56). De hecho, existe una conexión profunda entre esta parábola de Jesús y las múltiples formas en las que se niega hoy la fraternidad. En particular, el hecho de que la persona golpeada y despojada sea abandonada al borde del camino, representa la condición en la que se deja a muchos de nuestros hermanos y hermanas cuando más necesitados están de ayuda.
No es fácil distinguir cuáles agresiones contra la vida y su dignidad proceden de causas naturales y cuáles, en cambio, provienen de la injusticia y la violencia. En realidad, el nivel de las desigualdades y la prevalencia de los intereses de unos pocos ya afectan a todos los entornos humanos, hasta tal punto que resulta difícil considerar cualquier experiencia como “natural”. Todo sufrimiento tiene lugar en una “cultura” y en medio de sus contradicciones.
Sin embargo, lo importante aquí es
reconocer la condición de soledad, de abandono. Se trata de una atrocidad que
puede superarse antes que cualquier otra injusticia, porque, como nos dice la
parábola, todo lo que se necesita para eliminarla es un momento de atención, el
movimiento interior de la compasión. Dos transeúntes, considerados religiosos,
ven al herido y no se detienen. El tercero, en cambio, un samaritano, objeto de
desprecio, sintió compasión y se hizo cargo de aquel forastero en el camino,
tratándolo como a un hermano. Obrando de ese modo, sin siquiera pensarlo,
cambió las cosas, generó un mundo más fraterno.
Hermanos, hermanas, nunca estamos preparados para la enfermedad. Y, a menudo, ni siquiera para admitir el avance de la edad. Tenemos miedo a la vulnerabilidad y la cultura omnipresente del mercado nos empuja a negarla. No hay lugar para la fragilidad. Y, de este modo, el mal, cuando irrumpe y nos asalta, nos deja aturdidos. Puede suceder, entonces, que los demás nos abandonen, o que nos parezca que debemos abandonarlos, para no ser una carga para ellos. Así comienza la soledad, y nos envenena el sentimiento amargo de una injusticia, por el que incluso el Cielo parece cerrarse. De hecho, nos cuesta permanecer en paz con Dios, cuando se arruina nuestra relación con los demás y con nosotros mismos. Por eso es tan importante que toda la Iglesia, también en lo que se refiere a la enfermedad, se confronte con el ejemplo evangélico del buen samaritano, para llegar a convertirse en un auténtico “hospital de campaña”.
Su misión, sobre todo en las
circunstancias históricas que atravesamos, se expresa, de hecho, en el
ejercicio del cuidado. Todos somos frágiles y vulnerables; todos necesitamos
esa atención compasiva, que sabe detenerse, acercarse, curar y levantar. La
situación de los enfermos es, por tanto, una llamada que interrumpe la
indiferencia y frena el paso de quienes avanzan como si no tuvieran hermanas y
hermanos.
La Jornada Mundial del Enfermo, en efecto, no sólo invita a la oración y a la cercanía con los que sufren. También tiene como objetivo sensibilizar al pueblo de Dios, a las instituciones sanitarias y a la sociedad civil sobre una nueva forma de avanzar juntos.
La profecía de Ezequiel, citada al principio, contiene un juicio muy duro acerca de las prioridades de quienes ejercen el poder económico, cultural y de gobierno sobre el pueblo: «Ustedes se alimentan con la leche, se visten con la lana, sacrifican a las ovejas más gordas, y no apacientan el rebaño. No han fortalecido a la oveja débil, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, ni han buscado a la que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad» (34,3-4).
La
Palabra de Dios es siempre iluminadora y actual. No sólo en su denuncia, sino
también en su propuesta. De hecho, la conclusión de la parábola del buen
samaritano nos sugiere cómo el ejercicio de la fraternidad, iniciado por un
encuentro de tú a tú, puede extenderse a un cuidado organizado. La posada, el
posadero, el dinero, la promesa de mantenerse mutuamente informados (cf. Lc 10,34-35): todo esto nos hace pensar en el
ministerio de los sacerdotes; en la labor de los agentes sanitarios y sociales;
en el compromiso de los familiares y de los voluntarios, gracias a los cuales,
cada día, en todas las partes del mundo, el bien se opone al mal.
Los años de la pandemia han aumentado
nuestro sentimiento de gratitud hacia quienes trabajan cada día por la salud y
la investigación. Pero, de una tragedia colectiva tan grande, no basta salir
honrando a unos héroes. El COVID-19 puso a dura prueba esta gran red de
capacidades y de solidaridad, y mostró los límites estructurales de los
actuales sistemas de bienestar. Por tanto, es necesario que la gratitud vaya
acompañada de una búsqueda activa, en cada país, de estrategias y de recursos,
para que a todos los seres humanos se les garantice el acceso a la asistencia y
el derecho fundamental a la salud.
«Cuida de él» (Lc 10,35) es la recomendación del samaritano al posadero. Jesús nos lo repite también a cada uno de nosotros, y al final nos exhorta: «Anda y haz tú lo mismo».
Como subrayé en Fratelli tutti, «la parábola nos
muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres
y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se
erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y
rehabilitan al caído, para que el bien sea común» (n. 67). En realidad, «hemos
sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción
posible vivir indiferentes ante el dolor» (n. 68).
El 11 de febrero de 2023, miremos
también al Santuario de Lourdes como una profecía, una lección que se
encomienda a la Iglesia en el corazón de la modernidad. No vale solamente lo
que funciona, ni cuentan solamente los que producen. Las personas enfermas
están en el centro del pueblo de Dios, que avanza con ellos como profecía de
una humanidad en la que todos son valiosos y nadie debe ser descartado.
Encomiendo a la intercesión de María,
Salud de los enfermos, a cada uno de ustedes, que se encuentran enfermos; a
quienes se encargan de atenderlos —en el ámbito de la familia, con su trabajo,
en la investigación o en el voluntariado—; y a quienes están comprometidos en
forjar vínculos personales, eclesiales y civiles de fraternidad. A todos les
envío cordialmente mi Bendición Apostólica.
Roma, San Juan de
Letrán, 10 de enero de 2023
Francisco
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