VAYAMOS AL ENCUENTRO pretende ser un blog para reafirmarse en la aventura de la fe cristiana, sabiendo, como nos decía Benedicto XVI que “la fe cristiana es ante todo encuentro con Jesús, una persona que da a la vida un nuevo horizonte… " (3-10-2007).
MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2021:
Queridos hermanos y hermanas:
Cuando Jesús anuncia a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, para
cumplir con la voluntad del Padre, les revela el sentido profundo de su misión
y los exhorta a asociarse a ella, para la salvación del mundo.
Recorriendo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las celebraciones
pascuales, recordemos a Aquel que «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta
la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,8). En este tiempo de conversión
renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la
esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte
en hermanos y hermanas en Cristo.
En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para
renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo.
Sin embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino
cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos,
las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo
El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su
predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra
conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los
gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el
Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y
una caridad operante.
La fe nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros
hermanos y hermanas.
En este tiempo de Cuaresma, acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo
significa ante todo dejarse alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos
transmite de generación en generación. Esta Verdad no es una construcción del
intelecto, destinada a pocas mentes elegidas, superiores o ilustres, sino que
es un mensaje que recibimos y podemos comprender gracias a la inteligencia del
corazón, abierto a la grandeza de Dios que nos ama antes de que nosotros mismos
seamos conscientes de ello. Esta Verdad es Cristo mismo que, asumiendo
plenamente nuestra humanidad, se hizo Camino —exigente pero abierto a todos—
que lleva a la plenitud de la Vida.
El ayuno vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con
sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender
nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su
cumplimiento.
Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con
los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido
y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto,
como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la
atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc.
Fratelli tutti, 93). La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para
recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros (cf.
Jn 14,23). Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que estorba,
incluso de la saturación de informaciones —verdaderas o falsas— y productos de
consumo, para abrir las puertas de nuestro corazón a Aquel que viene a nosotros
pobre de todo, pero «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14): el Hijo de Dios
Salvador.
La esperanza como “agua viva” que nos permite continuar nuestro camino La
samaritana, a quien Jesús pide que le dé de beber junto al pozo, no comprende
cuando Él le dice que podría ofrecerle un «agua viva» (Jn 4,10).
Al principio, naturalmente, ella piensa en el agua material, mientras que Jesús
se refiere al Espíritu Santo, aquel que Él dará en abundancia en el Misterio
pascual y que infunde en nosotros la esperanza que no defrauda. Al anunciar su
pasión y muerte Jesús ya anuncia la esperanza, cuando dice: «Y al tercer día
resucitará» (Mt 20,19).
Jesús nos habla del futuro que la misericordia del Padre ha abierto de par en
par. Esperar con Él y gracias a Él quiere decir creer que la historia no
termina con nuestros errores, nuestras violencias e injusticias, ni con el
pecado que crucifica al Amor. Significa saciarnos del perdón del Padre en su
Corazón abierto. En el actual contexto de preocupación en el que vivimos y en
el que todo parece frágil e incierto, hablar de esperanza podría parecer una
provocación.
El tiempo de Cuaresma está hecho para esperar, para volver a dirigir la mirada
a la paciencia de Dios, que sigue cuidando de su Creación, mientras que
nosotros a menudo la maltratamos (cf. Carta enc. Laudato si’, 32-33;43-44).
Es esperanza en la reconciliación, a la que san Pablo nos exhorta con pasión:
«Os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20). Al recibir el perdón, en
el Sacramento que está en el corazón de nuestro proceso de conversión, también
nosotros nos convertimos en difusores del perdón: al haberlo acogido nosotros,
podemos ofrecerlo, siendo capaces de vivir un diálogo atento y adoptando un
comportamiento que conforte a quien se encuentra herido. El perdón de Dios,
también mediante nuestras palabras y gestos, permite vivir una Pascua de
fraternidad.
En la Cuaresma, estemos más atentos a «decir palabras de aliento, que
reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de
«palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian» (Carta
enc. Fratelli tutti [FT], 223).
A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser «una persona amable, que
deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar
una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio
de escucha en medio de tanta indiferencia» (ibíd., 224).
En el recogimiento y el silencio de la oración, se nos da la esperanza como
inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de
nuestra misión: por esto es fundamental recogerse en oración (cf. Mt 6,6) y
encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura.
Vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir que, en Jesucristo, somos
testigos del tiempo nuevo, en el que Dios “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap
21,1-6).
Significa recibir la esperanza de Cristo que entrega su vida en la cruz y que
Dios resucita al tercer día, “dispuestos siempre para dar explicación a todo
el que nos pida una razón de nuestra esperanza” (cf. 1 P 3,15).
La caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión
por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.
La caridad se alegra de ver que el otro crece. Por este motivo, sufre cuando el
otro está angustiado: solo, enfermo, sin hogar, despreciado, en situación de
necesidad… La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros
mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión.
«A partir del “amor social” es posible avanzar hacia una civilización del
amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo
universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril,
sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos» (FT,
183).
La caridad es don que da sentido a nuestra vida y gracias a este consideramos a
quien se ve privado de lo necesario como un miembro de nuestra familia, amigo,
hermano. Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca,
sino que se transforma en una reserva de vida y de felicidad. Así sucedió con
la harina y el aceite de la viuda de Sarepta, que dio el pan al profeta Elías
(cf. 1 R 17,7-16); y con los panes que Jesús bendijo, partió y dio a los
discípulos para que los distribuyeran entre la gente (cf. Mc 6,30-44). Así
sucede con nuestra limosna, ya sea grande o pequeña, si la damos con gozo y
sencillez.
Vivir una Cuaresma de caridad quiere decir cuidar a quienes se encuentran en
condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de
COVID19. En un contexto tan incierto sobre el futuro, recordemos la palabra que
Dios dirige a su Siervo: «No temas, que te he redimido» (Is 43,1), ofrezcamos
con nuestra caridad una palabra de confianza, para que el otro sienta que Dios
lo ama como a un hijo.
«Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le
lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados
en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura y, por
lo tanto, verdaderamente integrados en la sociedad» (FT, 187).
Queridos hermanos y hermanas: Cada etapa de la vida es un tiempo para creer,
esperar y amar. Este llamado a vivir la Cuaresma como camino de conversión y
oración, y para compartir nuestros bienes, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra
memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza
animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el
corazón misericordioso del Padre.
Que María, Madre del Salvador, fiel al pie de la cruz y en el corazón de la
Iglesia, nos sostenga con su presencia solícita, y la bendición de Cristo
resucitado nos acompañe en el camino hacia la luz pascual.
LISTA DE VÍDEOS SOBRE LA CUARESMA 2022.
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