SAN AGUSTIN DE HIPONA HABLA DE SU MADRE SANTA MÓNICA EN EL LIBRO DE LAS CONFESIONES.
INTRODUCCIÓN AL BLOG
VAYAMOS AL ENCUENTRO pretende ser un blog para reafirmarse en la aventura de la fe cristiana, sabiendo, como nos decía Benedicto XVI que “la fe cristiana es ante todo encuentro con Jesús, una persona que da a la vida un nuevo horizonte… " (3-10-2007).
En
los orígenes del Cristianismo tenemos una experiencia muy precisa, la
experiencia de unos hombres y mujeres, tocados y atraídos por Jesús de Nazaret,
el Cristo, cuyas vidas se convirtieron
en magníficas y distintas desde ese momento, alcanzando cotas de perfección y
santidad increíbles a pesar de su debilidad.
En medio de sus
afanes escucharon un na voz que les gritaba: "¡Ven y sígueme!" Una
voz que se sigue oyendo en la dinámica del mundo y en la existencia de cada
hombre y mujer, deseoso de encontrar un sentido global y permanente a su
historia.
¡Si, este reclamo
a seguir al Nazareno se prolonga desde el principio hasta nuestros días, y
continuará hasta el final del tiempo!
La señal
de la presencia del Resucitado son los santos. Los santos palpan de vez en
cuando la perfección suprema de Dios y nos recuerdan a los humanos que el mal
puede ser vencido solamente con sacrificio, constancia y confianza.
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SEDUCIDOS POR EL CAMINO
SAN AGUSTIN DE HIPONA HABLA DE SU MADRE SANTA MÓNICA EN EL LIBRO DE LAS CONFESIONES.
CAPÍTULO XI: LLANTO Y SUEÑO DE SANTA MÓNICA ACERCA DE LA CONVERSION DE SU HIJO AGUSTÍN.
319 Vos, Señor, usando conmigo de vuestra paternal
benignidad, desde lo alto del cielo extendisteis vuestra mano poderosa y
sacasteis a mi alma de una profundidad tan oscura y tenebrosa como ésta,
habiendo mi madre, vuestra sierva fiel, derramado delante de Vos más lágrimas
por mí que las otras madres por la muerte corporal de sus hijos. Porque con la
fe y espíritu que Vos le habíais dado, veía ella la muerte de mi alma. Mas Vos,
Señor, os dignasteis oír sus oraciones; Vos os dignasteis oírla y no
despreciasteis sus lágrimas, que copiosamente corrían de sus ojos, hasta regar
con ellas la tierra en todos los sitios en que se ponía a hacer oración por mí
en presencia de vuestra divina Majestad, que se digno oírla y atender a su
llanto y oración. Porque, ¿de dónde sino de Vos le había de venir aquel sueño
que tuvo, con el cual la consolasteis tanto que me permitió vivir en su
compañía, comer a su mesa y habitar en su casa, lo que antes no había querido
consentir por lo mucho que ella aborrecía y detestaba los errores y blasfemias
de mí secta? Un día, pues, estando dormida, sonó que estaba puesta de pie sobre
una regla de madera, y que se le acerco un joven gallardo y resplandeciente con
rostro alegre y risueño, estando ella muy afligida y traspasada de pena, el
cual le pregunto la causa de su aflicción y tristeza, y de tantas lágrimas como
derramaba todos los días, no para saberlo de su boca, sino para tomar de aquí
ocasión de instruirla y enseñarla, como suele suceder en tales sueños. Ella le
respondió que era mí perdición lo que la hacía llorar, y él le mando entonces y
le amonesto (para que viviese más segura en este punto) que reflexionase con
atención y viese que donde ella estaba, allí mismo estaba yo también. Luego que
oyó esto miró con atención y me vio estar junto a sí en la misma regla. ¿De
dónde le vino este consuelo sino de aquella suma bondad con que atendíais a los
gemidos de su corazón? ¡Oh!, ¡cuán bueno sois, Dios y Señor mío todopoderoso,
que de tal suerte cuidáis de cada uno de nosotros, como si fuera el único de
quien cuidáis, y de tal modo cuidáis de todos como de cada uno de por sí!
Yo os confieso, Señor, que, según lo que me acuerdo y varias veces he contado,
mas me movió esta respuesta que Vos me disteis por boca de mí piadosa madre,
que el sueno mismo que me refirió y con qué tan anticipadamente anunciasteis la
alegría y gozo que había de tener, aunque de allí a mucho tiempo, para darle desde
entonces algún consuelo en la aflicción y solicitud que tenía por mí. Pues
ella, bien lejos de turbarse con la falsedad de mí interpretación, aunque
verosímil y aparente, se impuso al instante en la verdad, y vio prontamente
cuanto había que ver acerca del suceso, y lo que yo verdaderamente no había
advertido antes que ella lo dijera.
Aun después de todo esto estuve yo casi por espacio de nueve años revolcándome en lo profundo del cieno, y rodeado de tinieblas de error y
falsedad. Y aunque muchas veces procuré levantarme y salir del abismo profundo,
con el hincapié y conatos que hacía, me hundía más adentro; y entretanto
aquella viuda casta, piadosa, templada, y tal cuales son las que Vos amáis, ya
más alegre con la esperanza que le habíais dado, pero no por eso menos solicita
en llorar y gemir, no cesaba de importunaros a todas horas con sus oraciones y
lágrimas por mí conversión, y aunque eran bien admitidos en vuestra divina
presencia sus fervorosos y continuos ruegos, no obstante Vos dejabais que me
envolviese y revolviese todavía más en aquella espesa oscuridad de mis errores.
CAPÍTULO XII: LO QUE UN SANTO OBISPO RESPONDIÓ A SANTA MÓNICA DE LA CONVERSIÓN DE SU HIJO.
321 También en este tiempo intermedio le disteis otra
respuesta y misterioso aviso, semejante al pasado y para el mismo intento, de
lo cual quiero hacer aquí conmemoración, no obstante que omito otras muchas
cosas, ya porque no puedo acordarme de todas ellas, ya por llegar más presto a
confesaros las que son más urgentes y precisas. Por boca, pues, de un ministro
vuestro, que era sacerdote y obispo, educado y criado en vuestra Iglesia, y muy
práctico y versado en vuestras Santas Escrituras, le disteis otra respuesta y aviso
misterioso. Porque habiéndole mi madre suplicado que tuviese a bien el hablarme
e impugnar mis errores hasta desengañarme de mis falsos dogmas y perversa
doctrina, y enseñarme la buena y verdadera (suplica que hacia también a todos
los hombres sabios que encontraba, y le parecían a propósito para este efecto),
lo rehusó aquel obispo, en lo que se porto prudentemente, respondiendo a mi
madre, según supe después, que estaba yo todavía incapaz de admitir otra
doctrina, porque estaba muy embelesado en la novedad de aquella herejía
maniquea y envanecido de haber dado en qué entender a muchos ignorantes con
varias cuestiones y sofismas que les proponía, como ella misma le había
contado. Pero también le dijo: Dejadle por ahora en su error, y no hagáis mas
diligencia que rogar a Dios por él, que él mismo, continuando en estudiar y
leer, llegara a conocer cuan enorme es el error e impiedad de la secta
maniquea. También le refirió él mismo como siendo él niño le habían entregado a
los maniqueos por voluntad de su madre, a quien antes habían engañado y que no
solamente había él leído casi todos sus libros, sino que también los había
copiado de su puno, y que él por sí mismo y sin que ninguno le arguyese ni
impugnase, había conocido cuan abominable y digna de dejarse era aquella secta,
y como tal la había abandonado. Pero habiendo acabado de decirle todo esto,
como mi madre no se aquietase, sino que antes bien le instase mas y mas,
importunándole con ruegos y lágrimas para que se viese y disputase conmigo, él
entonces, como cansado ya de su importunación, le dijo: Déjame, mujer, así Dios
te dé vida, que es imposible que un hijo de tantas lágrimas perezca. Palabras
que mi madre recibió como si hubieran sonado desde el cielo, según ella me lo
repitió muchas veces en nuestras familiares conversaciones.
Seguro que esta lista de reproducción te ayudará a conocer más y mejor a Jesús de Nazaret, el Cristo.
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