VAYAMOS AL ENCUENTRO pretende ser un blog para reafirmarse en la aventura de la fe cristiana, sabiendo, como nos decía Benedicto XVI que “la fe cristiana es ante todo encuentro con Jesús, una persona que da a la vida un nuevo horizonte… " (3-10-2007).
PROEMIO
1.
Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los
fines principales que se ha propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II,
puesto que única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aun cuando son muchas
las comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de
Jesucristo; todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo
distinto y siguen caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido.
División que abiertamente repugna a la voluntad de Cristo y es piedra de
escándalo para el mundo y obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio
por todo el mundo.
Con
todo, el Señor de los tiempos, que sabia y pacientemente prosigue su voluntad
de gracia para con nosotros los pecadores, en nuestros días ha empezado a
infundir con mayor abundancia en los cristianos separados entre sí la
compunción de espíritu y el anhelo de unión. Esta gracia ha llegado a muchas
almas dispersas por todo el mundo, e incluso entre nuestros hermanos separados
ha surgido, por el impuso del Espíritu Santo, un movimiento dirigido a
restaurar la unidad de todos los cristianos. En este movimiento de unidad,
llamado ecuménico, participan los que invocan al Dios Trino y confiesan a
Jesucristo como Señor y salvador, y esto lo hacen no solamente por separado,
sino también reunidos en asambleas en las que conocieron el Evangelio y a las
que cada grupo llama Iglesia suya y de Dios. Casi todos, sin embargo, aunque de
modo diverso, suspiran por una Iglesia de Dios única y visible, que sea
verdaderamente universal y enviada a todo el mundo, para que el mundo se
convierta al Evangelio y se salve para gloria de Dios. Considerando, pues, este
Sacrosanto Concilio con grato ánimo todos estos problemas, una vez expuesta la
doctrina sobre la Iglesia, impulsado por el deseo de restablecer la unidad
entre todos los discípulos de Cristo, quiere proponer atodos los católicos los
medios, los caminos y las formas por las que puedan responder a este divina
vocación y gracia.
CAPÍTULO I
PRINCIPIOS CATÓLICOS SOBRE EL
ECUMENISMO
Unidad y unicidad de la Iglesia
2.
La caridad de Dios hacia nosotros se manifestó en que el Hijo Unigénito de Dios
fue enviado al mundo por el Padre, para que, hecho hombre, regenerara a todo el
género humano con la redención y lo redujera a la unidad. Cristo, antes de
ofrecerse a sí mismo en el ara de la cruz, como víctima inmaculada, oró al
Padre por los creyentes, diciendo: "Que todos sean uno, como Tú, Padre,
estás en mi y yo en tí, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo
crea que Tú me has enviado", e instituyó en su Iglesia el admirable
sacramento de la Eucaristía, por medio del cual se significa y se realiza la
unidad de la Iglesia. Impuso a sus discípulos e mandato nuevo del amor mutuo y
les prometió el Espíritu Paráclito, que permanecería eternamente con ellos como
Señor y vivificador.
Una
vez que el Señor Jesús fue exaltado en la cruz y glorificado, derramó el
Espíritu que había prometido, por el cual llamó y congregó en unidad de la fe,
de la esperanza y de la caridad al pueblo del Nuevo Testamento, que es la
Iglesia, como enseña el Apóstol: "Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como
habéis sido llamados en una esperanza, la de vuestra vocación. Un solo Señor,
una sola fe, un solo bautismos". Puesto que "todos los que habéis
sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo.... porque todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús". El Espíritu Santo que habita en los
creyentes, y llena y gobierna toda la Iglesia, efectúa esa admirable unión de
los fieles y los congrega tan íntimamente a todos en Cristo, que El mismo es el
principio de la unidad de la Iglesia. El realiza la distribución de las gracias
y de los ministerios, enriqueciendo a la Iglesia de Jesucristo con la variedad
de dones "para la perfección consumada de los santosen orden a la obra del
ministerio y a la edificación del Cuerpo de Cristo".
Para
el establecimiento de esta su santa Iglesia en todas partes y hasta el fin de
los tiempos, confió Jesucristo al Colegio de los Doce el oficio de enseñar, de
regir y de santificar. De entre ellos destacó a Pedro, sobre el cual determinó
edificar su Iglesia, después de exigirle la profesión de fe; a él prometió las
llaves del reino de los cielos y previa la manifestación de su amor, le confió
todas las ovejas, para que las confirmara en la fe y las apacentara en la
perfecta unidad, reservándose Jesucristo el ser El mismo para siempre la piedra
fundamental y el pastor de nuestras almas.
Jesucristo
quiere que su pueblo se desarrolle por medio de la fiel predicación del
Evangelio, y la administración de los sacramentos, y por el gobierno en el
amor, efectuado todo ello por los Apóstoles y sus sucesores, es decir, por los
Obispos con su cabeza, el sucesor de Pedro, obrando el Espíritu Santo; y
realiza su comunión en la unidad, en la profesión de una sola fe, en la común
celebración del culto divino, y en la concordia fraterna de la familia de Dios.
Así,
la Iglesia, único rebaño de Dios como un lábaro alzado ante todos los pueblos,
comunicando el Evangelio de la paz a todo el género humano, peregrina llena de
esperanza hacia la patria celestial.
Este
es el Sagrado misterio de la unidad de la Iglesia de Cristo y por medio de
Cristo, comunicando el Espíritu Santo la variedad de sus dones, El modelo
supremo y el principio de este misterio es la unidad de un solo Dios en la
Trinidad de personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Relación de los hermanos separados con la Iglesia católica
3.
En esta una y única Iglesia de Dios, ya desde los primeros tiempos, se
efectuaron algunas escisiones que el Apóstol condena con severidad, pero en
tiempos sucesivos surgieron discrepancias mayores, separándose de la plena
comunión de la Iglesia no pocas comunidades, a veces no sin responsabilidad de
ambas partes. pero los que ahora nacen y se nutren de la fe de Jesucristo
dentro de esas comunidades no pueden ser tenidos como responsables del pecado
de la separación, y la Iglesia católica los abraza con fraterno respeto y amor;
puesto que quienes creen en Cristo y recibieron el bautismo debidamente, quedan
constituidos en alguna comunión, aunque no sea perfecta, con la Iglesia
católica.
Efectivamente,
por causa de las varias discrepancias existentes entre ellos y la Iglesia
católica, ya en cuanto a la doctrina, y a veces también en cuanto a la disciplina,
ya en lo relativo a la estructura de la Iglesia, se interponen a la plena
comunión eclesiástica no pocos obstáculos, a veces muy graves, que el
movimiento ecumenista trata de superar. Sin embargo, justificados por la fe en
el bautismo, quedan incorporados a Cristo y, por tanto, reciben el nombre de
cristianos con todo derecho y justamente son reconocidos como hermanos en el
Señor por los hijos de la Iglesia católica.
Es
más: de entre el conjunto de elementos o bienes con que la Iglesia se edifica y
vive, algunos, o mejor, muchísimos y muy importantes pueden encontrarse fuera
del recinto visible de la Iglesia católica: la Palabra de Dios escrita, la vida
de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad, y algunos dones interiores del
Espíritu Santo y elementos visibles; todo esto, que proviene de Cristo y a El
conduce, pertenece por derecho a la única Iglesia de Cristo.
Los
hermanos separados practican no pocos actos de culto de la religión cristiana,
los cuales, de varias formas, según la diversa condición de cada Iglesia o
comunidad, pueden, sin duda alguna, producir la vida de la gracia, y hay que
confesar que son aptos para dejar abierto el acceso a la comunión de la
salvación.
Por
consiguiente, aunque creamos que las Iglesias y comunidades separadas tienen
sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la
salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como
medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de
la verdad que se confió a la Iglesia.
Los
hermanos separados, sin embargo, ya particularmente, ya sus comunidades y sus
iglesias, no gozan de aquella unidad que Cristo quiso dar a los que regeneró y
vivificó en un cuerpo y en una vida nueva y que manifiestan la Sagrada
Escritura y la Tradición venerable de la Iglesia. Solamente por medio de la
Iglesia católica de Cristo, que es auxilio general de la salvación, puede
conseguirse la plenitud total de los medios salvíficos. Creemos que el Señor
entregó todos los bienes de la Nueva Alianza a un solo colegio apostólico, a
saber, el que preside Pedro, para constituir un solo Cuerpo de Cristo en la
tierra, al que tienen que incorporarse totalmente todos los que de alguna
manera pertenecen ya al Pueblo de Dios. Pueblo que durante su peregrinación por
la tierra, aunque permanezca sujeto al pecado, crece en Cristo y es conducido
suavemente por Dios, según sus inescrutables designios, hasta que arribe gozoso
a la total plenitud de la gloria eterna en la Jerusalén celestial.
Ecumenismo
4.
Hoy, en muchas partes del mundo, por inspiración del Espíritu Santo, se hacen
muchos intentos con la oración, la palabra y la acción para llegar a aquella
plenitud de unidad que quiere Jesucristo. Este Sacrosanto Concilio exhorta a
todos los fieles católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos,
cooperen diligentemente en la empresa ecuménica.
Por
"movimiento ecuménico" se entiende el conjunto de actividades y de
empresas que, conforme a las distintas necesidades de la Iglesia y a las circunstancias
de los tiempos, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los
cristianos.
Tales
son, en primer lugar, todos los intentos de eliminar palabras, juicios y actos
que no sean conformes, según justicia y verdad, a la condición de los hermanos
separados, y que, por tanto, pueden hacer más difíciles las mutuas relaciones
en ellos; en segundo lugar, "el diálogo" entablado entre peritos y
técnicos en reuniones de cristianos de las diversas Iglesias o comunidades, y
celebradas en espíritu religioso. En este diálogo expone cada uno, por su
parte, con toda profundidad la doctrina de su comunión, presentado claramente
los caracteres de la misma. Por medio de este diálogo, todos adquieren un
conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de la doctrina y de la vida
de cada comunión; en tercer lugar, las diversas comuniones consiguen una más amplia
colaboración en todas las obligaciones exigidas por toda conciencia cristiana
en orden al bien común y, en cuanto es posible, participan en la oración
unánime. Todos, finalmente, examinan su fidelidad a la voluntad de Cristo con
relación a la Iglesia y, como es debido, emprenden animosos la obra de
renovación y de reforma.
Todo
esto, realizado prudente y pacientemente por los fieles de la Iglesia católica,
bajo la vigilancia de los pastores, conduce al bien de la equidad y de la
verdad, de la concordia y de la colaboración, del amor fraterno y de la unión;
para que poco a poco por esta vía, superados todos los obstáculos que impiden
la perfecta comunión eclesiástica, todos los cristianos se congreguen en una
única celebración de la Eucaristía, en orden a la unidad de la una y única
Iglesia, a la unidad que Cristo dio a su Iglesia desde un principio, y que
creemos subsiste indefectible en la Iglesia católica de los siglos.
Es
manifiesto, sin embargo, que la obra de preparación y reconciliación individuales
de los que desean la plena comunión católica se diferencia, por su naturaleza,
de la empresa ecumenista, pero no encierra oposición alguna, ya que ambos
proceden del admirable designio de Dios.
Los
fieles católicos han de ser, sin duda, solícitos de los hermanos separados en
la acción ecumenista, orando por ellos, hablándoles de las cosas de la Iglesia,
dando los primeros pasos hacia ellos. Pero deben considerar también por su
parte con ánimo sincero y diligente, lo que hay que renovar y corregir en la misma
familia católica, para que su vida dé más fiel y claro testimonio de la
doctrina y de las normas dadas por Cristo a través de los Apóstoles.
Pues,
aunque la Iglesia católica posea toda la verdad revelada por Dios, y todos los
medios de la gracia, sin embargo, sus miembros no la viven consecuentemente con
todo el fervor, hasta el punto que la faz de la Iglesia resplandece menos ante
los ojos de nuestros hermanos separados y de todo el mundo, retardándose con
ello el crecimiento del reino de Dios.
Por
tanto, todos los católicos deben tender a la perfección cristiana y esforzarse
cada uno según su condición para que la Iglesia, portadora de la humildad y de
la pasión de Jesús en su cuerpo, se purifique y se renueve de día en día, hasta
que Cristo se la presente a sí mismo gloriosa, sin mancha ni arruga.
Guardando
la unidad en lo necesario, todos en la Iglesia, cada uno según el cometido que
le ha sido dado, observen la debida libertad, tanto en las diversas formas de
vida espiritual y de disciplina como en la diversidad de ritos litúrgicos, e
incluso en la elaboración teológica de la verdad revelada; pero en todo
practiquen la caridad. Pues con este proceder manifestarán cada día más
plenamente la auténtica catolicidad y la apostolicidad de la Iglesia.
Por
otra parte, es necesario que los católicos, con gozo, reconozcan y aprecien en
su valor los tesoros verdaderamente cristianos que, procedentes del patrimonio
común, se encuentran en nuestros hermanos separados. Es justo y saludable
reconocer las riquezas de Cristo y las virtudes en la vida de quienes dan
testimonio de Cristo y, a veces, hasta el derramamiento de su sangre, porque
Dios es siempre admirable y digno de admiración en sus obras.
Ni
hay que olvidar tampoco que todo lo que obra el Espíritu Santo en los corazones
de los hermanos separados puede conducir también a nuestra edificación. Lo que
de verdad es cristiano no puede oponerse en forma alguna a los auténticos
bienes de la fe, antes al contrario, siempre puede hacer que se alcance más
perfectamente el misterio mismo de Cristo y de la Iglesia.
Sin
embargo, las divisiones de los cristianos impiden que la Iglesia lleve a efecto
su propia plenitud de catolicidad en aquellos hijos que, estando verdaderamente
incorporados a ella por el bautismo, están, sin embargo, separados de su plena
comunión. Más aún, a la misma Iglesia le resulta muy difícil expresar, bajo
todos los aspectos, en la realidad misma de la vida, la plenitud de la
catolicidad.
Este
Sacrosanto Concilio advierte con gozo que la participación de los fieles
católicos en la acción ecumenista crece cada día, y la recomienda a los Obispos
de todo el mundo, para que la promuevan con diligencia y la dirijan
prudentemente.
CAPÍTULO II
LA PRÁCTICA DEL ECUMENISMO
La unión afecta a todos
5.
El empeño por el restablecimiento de la unión corresponde a la Iglesia entera,
afecta tanto a los fieles como a los pastores, a cada uno según su propio
valor, ya en la vida cristiana diaria, ya en las investigaciones teológicas e
históricas. Este interés manifiesta la unión fraterna existente ya de alguna
manera entre todos los cristianos, y conduce a la plena y perfecta unidad,
según la benevolencia de Dios.
La reforma de la Iglesia
6.
Puesto que toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el
aumento de la fidelidad a su vocación, por eso, sin duda, hay un movimiento que
tiende hacia la unidad. Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una
perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y
terrena, tiene siempre necesidad hasta el punto de que si algunas cosas fueron
menos cuidadosamente observadas, bien por circunstancias especiales, bien por
costumbres, o por disciplina eclesiástica, o también por formas de exponer la
doctrina —que debe cuidadosamente distinguirse del mismo depósito de la fe—, se
restauren en el tiempo oportuno recta y debidamente.
Esta
reforma, pues, tiene una extraordinario importancia ecumenista. Muchas de las
formas de la vida de la Iglesia, por las que ya se va realizando esta
renovación —como el movimiento bíblico y litúrgico, la predicación de la
palabra de Dios y la catequesis, el apostolado de los seglares, las nuevas
formas de vida religiosa, la espiritualidad del matrimonio, la doctrina y la
actividad de la Iglesia en el campo social—, hay que recibirlas como prendas y
augurios quefelizmente presagian los futuros progresos del ecumenismo.
La conversión del corazón
7.
El verdadero ecumenismo no puede darse sin la conversión interior. En efecto,
los deseos de la unidad surgen y maduran de la renovación del alma, de la
abnegación de sí mismo y de la efusión generosa de la caridad. Por eso tenemos
que implorar del Espíritu Santo la gracia de la abnegación sincera, de la
humildad y de la mansedumbre en nuestros servicios y de la fraterna generosidad
del alma para con los demás. "Así, pues, os exhorto yo —dice el Apóstol a
las Gentes—, preso en el Señor, a andar de una manera digna de la vocación con
que fuisteis llamados, con toda humildad, mansedumbre y longanimidad,
soportándoos los unos a los otros con caridad, solícitos de conservar la unidad
del espíritu mediante el vínculo de la paz" (Ef., 4,1-3). Esta
exhortación se refiere, sobre todo, a los que han sido investidos del orden
sagrado, para continuar la misión de Cristo, que "vino no a ser servido, sino
a servir" entre nosotros.
A
las faltas contra la unidad pueden aplicarse las palabras de San Juan: "
Si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso, y su palabra no está
en nosotros". Humildemente, pues, pedimos perdón a Dios y a los hermanos
separados, como nosotros perdonamos a quienes nos hayan ofendido.
Recuerden
todos los fieles, que tanto mejor promoverán y realizarán la unión de los
cristianos, cuanto más se esfuercen en llevar una vida más pura, según el
Evangelio. Porque cuanto más se unan en estrecha comunión con el Padre, con el
Verbo y con el Espíritu, tanto más íntima y fácilmente podrán acrecentar la
mutua hermandad.
La oración unánime
8.
Esta conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las oraciones
privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como
el alma de todo el movimiento ecuménico, y con razón puede llamarse ecumenismo
espiritual.
Es
frecuente entre los católicos concurrir a la oración por la unidad de la
Iglesia, que el mismo Salvador dirigió enardecido al Padre en vísperas de su
muerte: "Que todos sean uno".
En
ciertas circunstancias especiales, como sucede cuando se ordenan oraciones
"por la unidad", y en las asambleas ecumenistas es lícito, más aún,
es de desear que los católicos se unan en la oración con los hermanos
separados. Tales preces comunes son un medio muy eficaz para impetrar la gracia
de la unidad y la expresión genuina de los vínculos con que estánunidos los
católicos con los hermanos separados: "Pues donde hay dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".
Sin
embargo, no es lícito considerar la comunicación en las funciones sagradas como
medio que pueda usarse indiscriminadamente para restablecer la unidad de los
cristianos. Esta comunicación depende, sobre todo, de dos principios: de la
significación de la unidad de la Iglesia y de la participación en los medios de
la gracia.
La
significación de la unidad prohíbe de ordinario la comunicación. La consecución
de la gracia algunas veces la recomienda. La autoridad episcopal local ha de
determinar prudentemente el modo de obrar en concreto, atendidas las
circunstancias de tiempo, lugar y personas, a no ser que la Conferencia
episcopal, a tenor de sus propios estatutos, o la Santa Sede provean de otro
modo.
El conocimiento mutuo de los hermanos
9.
Conviene conocer la disposición de ánimo de los hermanos separados. Para ello
se necesita el estudio que hay que realizar con un alma benévola guiada por la
verdad. Es preciso que los católicos, debidamente preparados, adquieran mejor
conocimiento de la doctrina y de la historia de la vida espiritual y cultural,
de la psicología religiosa y de la cultura peculiares de los hermanos.
Para
lograrlo, ayudan mucho por ambas partes las reuniones destinadas a tratar,
sobre todo, cuestiones teológicas, donde cada uno pueda tratar a los demás de
igual a igual, con tal que los que toman parte, bajo la vigilancia de los
prelados, sean verdaderamente peritos. De tal diálogo puede incluso
esclarecerse más cuál sea la verdadera naturaleza de la Iglesia católica. De esta
forma conoceremos mejor el pensamiento de los hermanos separados y nuestra fe
aparecerá entre ellos más claramente expresada.
La formación ecumenista
10.
Es necesario que las instituciones de la sagrada teología y de las otras
disciplinas, sobre todo, históricas, se expliquen también en sentido ecuménico,
para que respondan lo más posible a la realidad.
Es
muy conveniente que los que han de ser pastores y sacerdotes se imbuyan de la
teología elaborada de esta forma, con sumo cuidado, y no polémicamente, máxime
en lo que respecta a las relaciones de los hermanos separados para con la
Iglesia católica, ya que de la formación de los sacerdotes, sobre todo, depende
la necesaria instrucción y formaciónespiritual de los fieles y de los
religiosos.
Es
también conveniente que los católicos, empeñados en obras misioneras en las
mismas tierras en que hay también otros cristianos, conozcan hoy, sobre todo,
los problemas y los frutos que surgen del ecumenismo en su apostolado.
La forma de expresar y de exponer la doctrina de la fe
11.
En ningún caso debe ser obstáculo para el diálogo con los hermanos del sistema
de exposición de la fe católica. Es totalmente necesario que se exponga con
claridad toda la doctrina. nada es tan ajeno al ecumenismo como el falso
irenismo, que pretendiera desvirtuar la pureza de la doctrina católica y
obscurecer su genuino y verdadero sentido.
La
fe católica hay que exponerla al mismo tiempo con más profundidad y con más
rectitud, para que tanto por la forma como por las palabras pueda ser cabalmente
comprendida también por los hermanos separados.
Finalmente,
en el diálogo ecumenista los teólogos católicos, bien imbuidos de la doctrina
de la Iglesia, al tratar con los hermanos separados de investigar los divinos
misterios, deben proceder con amor a la verdad, con caridad y con humildad. Al
confrontar las doctrinas no olviden que hay un orden o "jerarquía" de
las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el
fundamente de la fe cristiana. De esta forma se preparará el camino por donde
todos se estimulen a proseguir con esta fraterna emulación hacia un
conocimiento más profundo y una exposición más clara de las incalculables
riquezas de Cristo (Cf. Ef., 3,8).
La cooperación con los hermanos separados
12.
Todos los cristianos deben confesar delante del mundo entero su fe en Dios uno
y trino, en el Hijo de Dios encarnado, Redentor y Señor nuestro, y con empeño
común en su mutuo aprecio den testimonio de nuestra esperanza, que no confunde.
Como
en estos tiempos se exige una colaboración amplísima en el campo social, todos
los hombres son llamados a esta empresa común, sobre todo los que creen en Dios
y aún más singularmente todos los cristianos, por verse honrados con el nombre
de Cristo.
La
cooperación de todos los cristianos expresa vivamente la unión con la que ya
están vinculados y presenta con luz más radiante la imagen de Cristo Siervo.
Esta cooperación, establecida ya en no pocas naciones, debe ir perfeccionándose
más y más, sobre todo en las regiones desarrolladas social y técnicamente, ya
en el justo aprecio de la dignidad de la persona humana, ya procurando el bien
de la paz, ya en laaplicación social del Evangelio, ya en el progreso de las
ciencias y de las artes, con espíritu cristiano, ya en la aplicación de
cualquier género de remedio contra los infortunios de nuestros tiempos, como
son el hambre y las calamidades, el analfabetismo y la miseria, la escasez de
viviendas y la distribución injusta de las riquezas.
Por
medio de esta cooperación podrán advertir fácilmente todos los que creen en
Cristo cómo pueden conocerse mejor unos a otros, apreciando más y cómo se
allana el camino para la unidad de los cristianos.
CAPÍTULO III
LAS IGLESIAS Y LAS COMUNIDADES
ECLESIALES
SEPARADAS DE LA SEDE APOSTÓLICA ROMANA
13.
Nuestra atención se fija en las dos categorías principales de escisiones que
afectan a la túnica inconsútil de Cristo.
Las
primeras tuvieron lugar en el Oriente, a resultas de las declaraciones
dogmáticas de los concilios de Efeso y de Calcedonia, y en tiempos posteriores
por la ruptura de la comunidad eclesiástica entre los patriarcas orientales y
la Sede Romana.
Más
de cuatro siglos después sobrevienen otras en las misma Iglesia de Occidente,
como secuela de los acontecimientos que ordinariamente se designan con el nombre
de reforma. Desde entonces, muchas comuniones nacionales o confesionales
quedaron disgregadas de la Sede Romana. Entre las que conservan, en parte, las
tradiciones y las estructuras católicas, ocupa lugar especial la comunión
anglicana.
Hay,
sin embargo, diferencias muy notables en estos diversos grupos no sólo por
razón de su origen, lugar y tiempo, sino especialmente por la naturaleza y
gravedad de los problemas pertinentes a la fe y a la estructura eclesiástica.
Por
ello, este Sacrosanto Concilio, valorando escrupulosamente las diversas
condiciones de cada uno de los grupos cristianos, y teniendo en cuenta los
vínculos existentes entre ellas, a pesar de su división, determina proponer las
siguientes consideraciones para llevar a cabo una prudente acción ecumenista.
I. CONSIDERACIÓN PARTICULAR DE LAS IGLESIA ORIENTALES
Carácter e historia propia de los orientales
14.
Las Iglesias del Oriente y del Occidente, durante muchos siglos siguieron su
propio camino unidas en la comunión fraterna de la fe y de la vida sacramental,
siendo la Sede Romana, con el consentimiento común, árbitro si surgía entre
ellas algún disentimiento en cuenta a la fe y a la disciplina. El Sacrosanto
Concilio se complace en recordar, entre otras cosas importantes, que existen en
Oriente muchas Iglesias particulares o locales, entre las cuales ocupan el
primer lugar las Iglesias patriarcales, y de los cuales no pocas traen origen
de los mismos Apóstoles.
Por
este motivo han prevalecido y prevalece entre los orientales el empeño y el
interés de conservar aquellas relaciones fraternas en la comunión de la fe y de
la caridad, que deben observarse entre las Iglesias locales como entre
hermanas.
No
debe olvidarse tampoco que las Iglesias del Oriente tienen desde el principio
un tesoro del que tomó la Iglesia del Occidente muchas cosas en la Liturgia, en
la tradición espiritual y en el ordenamiento jurídico. Y es de sumo interés el
que los dogmas fundamentales de la fe cristiana, el de la Trinidad, el del Hijo
de Dios hecho carne de la Virgen Madre de Dios, quedaron definidos en concilio
ecuménicos celebrados en el Oriente. Aquellas Iglesias han sufrido y sufren
mucho por la conservación de esta fe.
La
herencia transmitida por los Apóstoles fue recibida de diversas formas y
maneras y, en consecuencia, desde los orígenes mismos de la Iglesia fue
explicada diversamente en una y otra parte por la diversidad del carácter y de
las condiciones de la vida. Todo ello, a más de las causas externas, por la
falta de comprensión y de caridad, motivó las separaciones.
Por
lo cual el Sacrosanto Concilio exhorta a todos, pero especialmente a quienes
han de trabajar por restablecer la plena comunión entra las Iglesias orientales
y la Iglesia católica, que tengan las debidas consideraciones a la especial
condición de las Iglesias que nacen y se desarrollan en el Oriente, así como a
la índole de las relaciones que existían entre ellas y la Sede Romana antes de
la separación, y que seformen una opinión recta de todo ello; observar esto
cuidadosamente servirá muchísimo para el pretendido diálogo.
La tradición litúrgica y espiritual de los orientales
15.
Todos conocen con cuánto amor los cristianos orientales celebran el culto
litúrgico, sobre todo la celebración eucarística, fuente de la vida de la
Iglesia y prenda de la gloria futura, por la cual los fieles unidos a su
Obispo, teniendo acogida ante Dios Padre por su Hijo el Verbo encarnado, muerto
y glorificado en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con la
Santísima Trinidad, hechos "partícipes de la naturaleza divina".
Consiguientemente, por la celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de
estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios, y por la concelebración
se manifiesta la comunión entre ellas.
En
este culto litúrgico los orientales ensalzan con hermosos himnos a María,
siempre Virgen, a quien el Concilio Ecuménico de Efeso, proclamó solemnemente
Santísima Madre de Dios, para que Cristo fuera reconocido como Hijo de Dios e
Hijo del hombre, según las Escrituras, y honran también a muchos santos, entre
ellos a los Padres de la Iglesia universal. Puesto que estas Iglesias, aunque
separadas, tienen verdaderos sacramentos y, sobre todo por su sucesión
apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, por los que se unen a nosotros con
vínculos estrechísimos, no solamente es posible, sino que se aconseja, alguna
comunicación con ellos en las funciones sagradas en circunstancias oportunas y
aprobándolo la autoridad eclesiástica. También se encuentran en el Oriente las
riquezas de aquellas tradiciones espirituales que creó, sobre todo, el
monaquismo. Allí, pues, desde los primeros tiempos gloriosos de los santo
Padres floreció la espiritualidad monástica, que se extendió luego a los
pueblos occidentales. De ella procede, como de su fuente, la institución
religiosa de los latinos, que aún después tomó nuevo vigor en el Oriente. Por
lo cual se recomienda encarecidamente a los católicos que acudan con mayor frecuencia
a estas riquezas espirituales de los Padres del Oriente, que levantan a todo
hombre a la contemplación de lo divino.
Tengan
todos presente que el conocer, venerar, conservar y favorecer el riquísimo
patrimonio litúrgico y espiritual de los orientales es de una gran importancia
para conservar fielmente la plenitud de la tradición cristiana y para conseguir
la reconciliación de los cristianos orientales y occidentales.
Disciplina propia de los orientales
16.
Las Iglesias del Oriente, además, desde los primeros tiempos seguían las
disciplinas propias sancionadas por los santos Padres y por los concilios,
incluso ecuménicos. No poniéndose a la unidad de la Iglesia una cierta variedad
de ritos y costumbres, sino acrecentando más bien su hermosura y contribuyendo
al más exacto cumplimiento de su misión como antes hemos dicho, el Sacrosanto
Concilio, para disipar todo temor declara que las Iglesias orientales,
conscientes de la necesaria unidad de toda la Iglesia, tienen el derecho y la
obligación de regirse según sus propias ordenaciones, puesto que son más
acomodadas a la idiosincrasia de sus fieles y más adecuadas para promover el
bien de sus almas. No siempre, es verdad, se ha observado bien este principio
tradicional, pero su observancia es una condición previa absolutamente
necesaria para el restablecimiento de la unión.
Carácter propio de los orientales
en la exposición de los misterios
17.
Lo que antes hemos dicho acerca de la legítima diversidad, nos es grato
repetirlo también de la diversa exposición de la doctrina teológica, puesto que
en el Oriente y en el Occidente se han seguido diversos pasos y métodos en la
investigación de la verdad revelada y en el reconocimiento y exposición de lo
divino. No hay que sorprenderse, pues, de que algunos aspectos del misterio
revelado a veces se hayan captado mejor y se hayan expuesto con más claridad
por unos que por otros, de manera que hemos de declarar que las diversas
fórmulas teológicas, más bien que oponerse entre sí, se completan y
perfeccionan unas a otras. En cuanto a las auténticas tradiciones teológicas de
los orientales, hay que reconocer que radican de una modo manifiesto en la
Sagrada Escritura, se fomentan y se vigorizan con la vida litúrgica, se nutren
de la viva tradición apostólica y de las enseñanzas de los Padres orientales y
de los autores eclesiásticos hacia una recta ordenación de la vida; más aún,
tienden hacia una contemplación cabal de la verdad cristiana. Este Sacrosanto
Concilio declara que todo este patrimonio espiritual y litúrgico, disciplinar y
teológico, en sus diversas tradiciones, pertenece a la plena catolicidad y
apostolicidad de la Iglesia, dando gracias a Dios, porque muchos orientales,
hijos de la Iglesia católica, que conservan esta herencia y ansían vivirla en
su plena pureza e integridad, viven ya en comunión perfecta con los hermanos
que practican la tradición occidental.
Conclusión
18.
Bien considerado todo lo que precede, este Sacrosanto Concilio renueva
solemnemente todo lo que han declarado los sacrosantos concilios anteriores y
los Romanos Pontífices; a saber, que para el restablecimiento y mantenimiento
de la comunión y de la unidad es preciso "no imponer ninguna otra carga
más que la necesaria" (Act., 15,28). Desea, asimismo,
vehementemente, que en adelante se dirijan todos los esfuerzos en los varios
institutos y formas de vida de la Iglesia, sobre todo en la oración y en el
diálogo fraterno acerca de la doctrina y de las necesidades más urgentes del
cargo pastoral en nuestros días y se encaucen para lograr paulatinamente la
comunión. De igual manera recomienda a los pastores y a los fieles de la
Iglesia católica estrecha amistad con quienes pasan la vida no ya en Oriente,
sino lejos de la patria para incrementar la colaboración fraterna con ellos con
espíritu de caridad, dejando todo ánimo de controversia y de emulación. Si
llega a ponerse toda el alma en esta empresa, este Sacrosanto Concilio espera
que, derrocado todo muro que separa la Iglesia occidental y la oriental, se
hará una sola morada, cuya piedra angular es Cristo Jesús, que hará de las dos
una sola cosa.
II. LAS IGLESIAS Y COMUNIDADES ECLESIALES
SEPARADAS EN OCCIDENTE
Condición propia de estas comunidades
19.
Las Iglesias y comunidades eclesiales que se disgregaron de la Sede Apostólica
Romana, bien en aquella gravísima perturbación que comenzó en el Occidente ya a
finales de la Edad Media, bien en tiempos sucesivos, están unidas con la
Iglesia católica por una afinidad de lazos y obligaciones peculiares por haber
desarrollado en los tiempos pasados una vida cristiana multisecular en comunión
eclesiástica.
Puesto
que estas Iglesias y comunidades eclesiales por la diversidad de su origen, de
su doctrina y de su vida espiritual, discrepan bastante no solamente de
nosotros, sino también entre sí, es tarea muy difícil describirlas
cumplidamente, cosa que no pretendemos hacer aquí.
Aunque
todavía no es universal el movimiento ecuménico y el deseo de armonía con la
Iglesia católica, abrigamos, no obstante, la esperanza de que este sentimiento
ecuménico y el mutuo aprecio irán imponiéndose poco a poco en todos.
Hay
que reconocer, ciertamente que entre estas Iglesias y comunidades y la Iglesia
católica hay discrepancias esenciales no sólo de índole histórica, sociológica,
psicológica y cultural, sino, ante todo, de interpretación de la verdad
revelada. Mas para que, a pesar de estas dificultades, pueda entablarse más
fácilmente el diálogo ecuménico, en los siguientes párrafos trataremos de
ofrecer algunos puntos que pueden y deben ser fundamento y estímulo para este diálogo.
La confesión de Cristo
20.
Nuestra atención se dirige, ante todo, a los cristianos que reconocen
públicamente a Jesucristo como Dios y Señor y Mediador único entre Dios y los
hombres, para gloria del único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sabemos que
existen graves divergencias entre la doctrina de estos cristianos y la doctrina
de la Iglesia católica aun respecto a Cristo, Verbo de Dios encarnado, de la
obra de la redención y, por consiguiente, del misterio y ministerio de la
Iglesia y de la función de María en la obra de la salvación. Nos gozamos, sin
embargo, viendo a los hermanos separados tender hacia Cristo, como fuente y
centro de la comunión eclesiástica. Movidos por el deseo de la unión con
Cristo, se sienten impulsados a buscar más y más la unidad y también a dar
testimonio de su fe delante de todo el mundo.
Estudio de la Sagrada Escritura
21.
El amor y la veneración y casi culto a las Sagradas Escrituras conducen a
nuestros hermanos separados el estudio constante y solícito de la Biblia, pues
el Evangelio "es poder de Dios para la salud de todo el que cree, del
judío primero, pero también del griego" (Rom., 1,16).
Invocando
al Espíritu Santo, buscan en las Escrituras a Dios, que, en cierto modo, les
habla en Cristo, preanunciado por los profetas, Verbo de Dios encarnado por
nosotros. En ellas contemplan la vida de Cristo y cuanto el divino Maestro
enseñó y realizó para la salvación de los hombres, sobre todo los misterios de
su muerte y de su resurrección.
Pero
cuando los hermanos separados reconocen la autoridad divina de los sagrados
libros sienten -cada uno a su manera- diversamente de nosotros en cuanto a la
relación entre las Escrituras y la Iglesia, en la cual, según la fe católica,
el magisterio auténtico tiene un lugar especial en orden a la exposición y
predicación de la palabra de Dios escrita.
Sin
embargo, las Sagradas Escrituras son, en el diálogo mismo, instrumentos
preciosos en la mano poderosa de Dios para lograr aquella unidad que el
Salvador presenta a todos los hombres.
La vida sacramental
22.
Por el sacramento del bautismo, debidamente administrado según la institución
del Señor, y recibido con la requerida disposición del alma, el hombre se
incorpora realmente a Cristo crucificado y glorioso y se regenera para el
consorcio de la vida divina, según las palabras del Apóstol: "Con El
fuisteis sepultados en el bautismo, y en El, asimismo, fuisteis resucitados por
la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos" (Col.,
2,12; Rom., 6,4).
El
bautismo, por tanto, constituye un poderoso vínculo sacramental de unidad entre
todos los que con él se han regenerado. Sin embargo, el bautismo por sí mismo
es tan sólo un principio y un comienzo, porque todo él se dirige a la
consecución de la plenitud de la vida en Cristo. Así, pues, el bautismo se
ordena a la profesión íntegra de la fe, a la plena incorporación, a los medios
de salvación determinados por Cristo y, finalmente, a la íntegra incorporación
en la comunión eucarística.
Las
comunidades eclesiales separadas, aunque les falte esa unidad plena con
nosotros que dimana del bautismo, y aunque creamos que, sobre todo por la
carencia del sacramentodel orden, no han conservado la genuina e íntegra
sustancia del misterio eucarístico, sin embargo, mientras conmemoran en la santa
cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de
Cristo se representa la vida y esperan su glorioso advenimiento. Por
consiguiente, la doctrina sobre la cena del Señor, sobre los demás sacramentos,
sobre el culto y los misterios de la Iglesia deben ser objeto de diálogo.
La vida con Cristo
23.
La vida cristiana de estos hermanos se nutre de la fe e cristo y se robustece
con la gracia del bautismo y con la palabra de Dios oída. Se manifiesta en la
oración privada, en la meditación bíblica, en la vida de la familia cristiana,
en el culto de la comunidad congregada para alabar a Dios. Por lo demás, su
culto muchas veces presenta elementos claros de la antigua Liturgia común.
La
fe por la cual se cree en Cristo produce frutos de alabanza y de acción de
gracias por los beneficios recibidos de Dios; únesele también un vivo
sentimiento de justicia y una sincera caridad para con el prójimo. Esta fe
laboriosa ha producido no pocas instituciones para socorrer la miseria
espiritual y corporal, para perfeccionar la educación de la juventud, para
hacer más llevaderas las condiciones sociales de la vida, para establecer la
paz en el mundo.
Pero
si muchos cristianos no entienden siempre el Evangelio en su aspecto moral, en
la misma manera que los católicos, ni admiten las mismas soluciones a los
problemas más complicados de la sociedad moderna, no obstante quieren seguir,
lo mismo que nosotros, la palabra de Cristo, como fuente de virtud cristiana, y
obedecer al precepto del Apóstol: "Todo cuanto hacéis de palabra o de
obra, hacedlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por
El" (Col., 3,17). De aquí puede surgir el diálogo ecuménico sobre
la aplicación moral del Evangelio.
CONCLUSIÓN
24.
Expuestas brevemente las condiciones en que se desarrolla la acción ecuménica y
los principios por los que se debe regir, dirigimos confiadamente nuestra
mirada al futuro. Este Sagrado Concilio exhorta a los fieles a que se abstengan
de toda ligereza o imprudente celo, que podrían perjudicar al progreso de la
unidad. Su acción ecuménica ha de ser plena y sinceramente católica, es decir,
fiel a la verdad recibida de los Apóstoles y de los Padres y conforme a la fe,
que siempre ha profesado la Iglesia católica, tendiendo constantemente hacia la
plenitud con que el Señor desea que se perfeccione su Cuerpo en el decurso de
los tiempos.
Este
Sagrada Concilio desea ardientemente que los proyectos de los fieles católicos
progresen en unión con los proyectos de los hermanos separados, sin que se
pongan obstáculos a los caminos de la Providencia y sin prejuicios contra los
impulsos que puedan venir del Espíritu Santo.Además, se declara conocedor de
que este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de
la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana. Por
eso pone toda su esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor
del Padre para con nosotros, en la virtud del Espíritu Santo. "Y la
esperanza no quedará fallida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros
corazones por la virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Cf.Rom.,
5,5).
Todas
y cada una de las cosas contenidas en este Decreto han obtenido el beneplácito
de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad
apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padres, las
aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos que lo
así decidido conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 21 de noviembre de 1964.
Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia
Católica
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