VAYAMOS AL ENCUENTRO pretende ser un blog para reafirmarse en la aventura de la fe cristiana, sabiendo, como nos decía Benedicto XVI que “la fe cristiana es ante todo encuentro con Jesús, una persona que da a la vida un nuevo horizonte… " (3-10-2007).
Uno solo es vuestro
Maestro y todos vosotros sois hermanos (Mt 23,8). La
relación de confianza, fundamento del cuidado del enfermo
La celebración
de la 29.a Jornada Mundial del Enfermo, que tendrá lugar el 11
de febrero de 2021, memoria de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, es un
momento propicio para brindar una atención especial a las personas enfermas y a
quienes cuidan de ellas, tanto en los lugares destinados a su asistencia como
en el seno de las familias y las comunidades. Pienso, en particular, en quienes
sufren en todo el mundo los efectos de la pandemia del coronavirus. A todos,
especialmente a los más pobres y marginados, les expreso mi cercanía
espiritual, al mismo tiempo que les aseguro la solicitud y el afecto de la
Iglesia.
1. El tema de esta Jornada se inspira en el pasaje evangélico en el que Jesús critica la hipocresía de quienes dicen, pero no hacen (cf. Mt 23,1-12).
Cuando la fe se limita a ejercicios verbales estériles, sin involucrarse en la
historia y las necesidades del prójimo, la coherencia entre el credo profesado
y la vida real se debilita. El riesgo es grave; por este motivo, Jesús usa
expresiones fuertes, para advertirnos del peligro de caer en la idolatría de
nosotros mismos, y afirma: «Uno solo es vuestro maestro y todos vosotros
sois hermanos» (v. 8).
La crítica que
Jesús dirige a quienes «dicen, pero no hacen» (v. 3) es beneficiosa, siempre y
para todos, porque nadie es inmune al mal de la hipocresía, un mal muy grave,
cuyo efecto es impedirnos florecer como hijos del único Padre, llamados a vivir
una fraternidad universal.
Ante la
condición de necesidad de un hermano o una hermana, Jesús nos muestra un modelo
de comportamiento totalmente opuesto a la hipocresía. Propone detenerse,
escuchar, establecer una relación directa y personal con el otro, sentir
empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento
hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio (cf. Lc 10,30-35).
2. La experiencia de la enfermedad hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro.
Nuestra condición de criaturas
se vuelve aún más nítida y experimentamos de modo evidente nuestra dependencia
de Dios. Efectivamente, cuando estamos enfermos, la incertidumbre, el temor y a
veces la consternación, se apoderan de la mente y del corazón; nos encontramos
en una situación de impotencia, porque nuestra salud no depende de nuestras
capacidades o de que nos “angustiemos” (cf. Mt 6,27).
La enfermedad
impone una pregunta por el sentido, que en la fe se dirige a Dios; una pregunta
que busca un nuevo significado y una nueva dirección para la existencia, y que
a veces puede ser que no encuentre una respuesta inmediata. Nuestros mismos
amigos y familiares no siempre pueden ayudarnos en esta búsqueda trabajosa.
A este respecto, la figura bíblica de Job es emblemática. Su mujer y sus amigos no son capaces de acompañarlo en su desventura, es más, lo acusan aumentando en él la soledad y el desconcierto.
Job cae en un estado de abandono e incomprensión.
Pero precisamente por medio de esta extrema fragilidad, rechazando toda
hipocresía y eligiendo el camino de la sinceridad con Dios y con los demás,
hace llegar su grito insistente a Dios, que al final responde, abriéndole un
nuevo horizonte. Le confirma que su sufrimiento no es una condena o un castigo,
tampoco es un estado de lejanía de Dios o un signo de su indiferencia. Así, del
corazón herido y sanado de Job, brota esa conmovida declaración al Señor, que
resuena con energía: «Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis
ojos» (42,5).
3. La enfermedad siempre tiene un rostro, incluso más de uno: tiene el rostro de cada enfermo y enferma, también de quienes se sienten ignorados, excluidos, víctimas de injusticias sociales que niegan sus derechos fundamentales (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 22).
La pandemia actual ha sacado a la luz numerosas insuficiencias de los sistemas sanitarios y carencias en la atención de las personas enfermas.
Los ancianos, los más débiles y vulnerables no siempre tienen garantizado el acceso a los tratamientos, y no siempre es de manera equitativa. Esto depende de las decisiones políticas, del modo de administrar los recursos y del compromiso de quienes ocupan cargos de responsabilidad. Invertir recursos en el cuidado y la atención a las personas enfermas es una prioridad vinculada a un principio: la salud es un bien común primario.
Al mismo tiempo, la pandemia ha puesto también de relieve la entrega
y la generosidad de agentes sanitarios, voluntarios, trabajadores y
trabajadoras, sacerdotes, religiosos y religiosas que, con profesionalidad,
abnegación, sentido de responsabilidad y amor al prójimo han ayudado, cuidado,
consolado y servido a tantos enfermos y a sus familiares. Una multitud
silenciosa de hombres y mujeres que han decidido mirar esos rostros, haciéndose
cargo de las heridas de los pacientes, que sentían prójimos por el hecho de
pertenecer a la misma familia humana.
La cercanía, de
hecho, es un bálsamo muy valioso, que brinda apoyo y consuelo a quien sufre en
la enfermedad. Como cristianos, vivimos la projimidad como expresión del amor
de Jesucristo, el buen Samaritano, que con compasión se ha
hecho cercano a todo ser humano, herido por el pecado. Unidos a Él por la
acción del Espíritu Santo, estamos llamados a ser misericordiosos como el Padre
y a amar, en particular, a los hermanos enfermos, débiles y que sufren
(cf. Jn 13,34-35). Y vivimos esta cercanía, no sólo de manera
personal, sino también de forma comunitaria: en efecto, el amor fraterno en
Cristo genera una comunidad capaz de sanar, que no abandona a nadie, que
incluye y acoge sobre todo a los más frágiles.
A este respecto, deseo recordar la importancia de la solidaridad fraterna, que se expresa de modo concreto en el servicio y que puede asumir formas muy diferentes, todas orientadas a sostener al prójimo.
«Servir significa cuidar a
los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo» (Homilía en La Habana, 20 septiembre 2015).
En este compromiso cada uno es capaz de «dejar de lado sus búsquedas, afanes,
deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles. […] El
servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su
projimidad y hasta en algunos casos la “padece” y busca la promoción del
hermano. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas,
sino que se sirve a personas» (ibíd.).
4. Para que haya una buena terapia, es decisivo el aspecto relacional, mediante el que se puede adoptar un enfoque holístico hacia la persona enferma.
Dar valor a este aspecto también ayuda a los médicos, los enfermeros, los profesionales y los voluntarios a hacerse cargo de aquellos que sufren para acompañarles en un camino de curación, gracias a una relación interpersonal de confianza (cf. Nueva Carta de los agentes sanitarios [2016], 4).
Se
trata, por lo tanto, de establecer un pacto entre los necesitados de cuidados y
quienes los cuidan; un pacto basado en la confianza y el respeto mutuos, en la
sinceridad, en la disponibilidad, para superar toda barrera defensiva, poner en
el centro la dignidad del enfermo, tutelar la profesionalidad de los agentes
sanitarios y mantener una buena relación con las familias de los pacientes.
Precisamente
esta relación con la persona enferma encuentra una fuente inagotable de
motivación y de fuerza en la caridad de Cristo, como demuestra el
testimonio milenario de hombres y mujeres que se han santificado sirviendo a
los enfermos. En efecto, del misterio de la muerte y resurrección de Cristo
brota el amor que puede dar un sentido pleno tanto a la condición del paciente
como a la de quien cuida de él. El Evangelio lo testimonia muchas veces,
mostrando que las curaciones que hacía Jesús nunca son gestos mágicos, sino que
siempre son fruto de un encuentro, de una relación interpersonal,
en la que al don de Dios que ofrece Jesús le corresponde la fe de quien lo
acoge, como resume la palabra que Jesús repite a menudo: “Tu fe te ha salvado”.
5. Queridos
hermanos y hermanas: El mandamiento del amor, que Jesús dejó a sus discípulos,
también encuentra una realización concreta en la relación con los enfermos. Una
sociedad es tanto más humana cuanto más sabe cuidar a sus miembros frágiles y
que más sufren, y sabe hacerlo con eficiencia animada por el amor fraterno.
Caminemos hacia esta meta, procurando que nadie se quede solo, que nadie se
sienta excluido ni abandonado.
Le encomiendo a María, Madre de misericordia y Salud de los enfermos, todas las personas enfermas, los agentes sanitarios y quienes se prodigan al lado de los que sufren.
Que Ella, desde la Gruta de Lourdes y desde los innumerables santuarios
que se le han dedicado en todo el mundo, sostenga nuestra fe y nuestra
esperanza, y nos ayude a cuidarnos unos a otros con amor fraterno. A todos y
cada uno les imparto de corazón mi bendición.
Roma, San
Juan de Letrán, 20 de diciembre de 2020, cuarto domingo de Adviento.
Francisco
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