En los orígenes del Cristianismo tenemos una experiencia muy precisa, la experiencia de unos hombres y mujeres, tocados y atraídos por Jesús de Nazaret, el Cristo, cuyas vidas se convirtieron en magníficas y distintas desde ese momento, alcanzando cotas de perfección y santidad increíbles a pesar de su debilidad.
En medio de sus afanes escucharon un na voz que les gritaba: "¡Ven y sígueme!" Una voz que se sigue oyendo en la dinámica del mundo y en la existencia de cada hombre y mujer, deseoso de encontrar un sentido global y permanente a su historia.
¡Si, este reclamo a seguir al Nazareno se prolonga desde el principio hasta nuestros días, y continuará hasta el final del tiempo!
La señal
de la presencia del Resucitado son los santos. Los santos palpan de vez en
cuando la perfección suprema de Dios y nos recuerdan a los humanos que el mal
puede ser vencido solamente con sacrificio, constancia y confianza.