VAYAMOS AL ENCUENTRO pretende ser un blog para reafirmarse en la aventura de la fe cristiana, sabiendo, como nos decía Benedicto XVI que “la fe cristiana es ante todo encuentro con Jesús, una persona que da a la vida un nuevo horizonte… " (3-10-2007).
Mensaje del Santo Padre
La oración del pobre sube hasta Dios (cf. Sirácida 21,5)
Queridos hermanos y hermanas:
1. La oración del pobre sube hasta Dios (cf. Si 21,5).
En el año dedicado a la oración, con vistas al Jubileo Ordinario 2025, esta
expresión de la sabiduría bíblica es muy apropiada para prepararnos a la VIII
Jornada Mundial de los Pobres, que se celebrará el próximo 17 de noviembre. La
esperanza cristiana abraza también la certeza de que nuestra oración llega hasta
la presencia de Dios; pero no cualquier oración: ¡la oración del pobre!
Reflexionemos sobre esta Palabra y “leámosla” en los rostros y en las historias
de los pobres que encontramos en nuestras jornadas, de modo que la oración sea
camino para entrar en comunión con ellos y compartir su sufrimiento.
2. El libro del Eclesiástico, al que nos referimos, no
es muy conocido, y merece ser descubierto por la riqueza de temas que afronta
sobre todo cuando se refiere a la relación del hombre con Dios y con el mundo.
Su autor, Ben Sirá, es un maestro, un escriba de Jerusalén, que escribe
probablemente en el siglo II a. C. Es un hombre sabio, arraigado en la
tradición de Israel, que enseña sobre varios ámbitos de la vida humana: del
trabajo a la familia, de la vida en sociedad a la educación de los jóvenes;
presta atención a los temas relacionados con la fe en Dios y con la observancia
de la Ley. Afronta los problemas arduos de la libertad, del mal y de la
justicia divina, que también hoy son de gran actualidad para nosotros. Ben
Sirá, inspirado por el Espíritu Santo, quiere transmitir a todos el camino a
seguir para una vida sabia y digna de ser vivida ante Dios y ante los hermanos.
3. Uno de los temas a los que este autor sagrado dedica mayor
espacio es la oración. Lo hace con mucho ímpetu, porque da voz a su
propia experiencia personal. En efecto, ningún escrito sobre la oración podría
ser eficaz y fecundo si no partiera de quien cada día está en la presencia de
Dios y escucha su Palabra. Ben Sirá declara haber buscado la sabiduría desde la
juventud: «En mi juventud, antes de andar por el mundo, busqué abiertamente la
sabiduría en la oración» (Si 51,13).
4. En su recorrido, descubre una de las realidades fundamentales
de la revelación, es decir, el hecho de que los pobres tienen un lugar
privilegiado en el corazón de Dios, de tal manera que, ante su sufrimiento,
Dios está “impaciente” hasta no haberles hecho justicia, «hasta extirpar la
multitud de los prepotentes y quebrar el cetro de los injustos; hasta retribuir
a cada hombre según sus acciones, remunerando las obras de los hombres según
sus intenciones» (Si 35,21-22). Dios conoce los sufrimientos de sus
hijos porque es un Padre atento y solícito hacia todos. Como Padre, cuida de
los que más lo necesitan: los pobres, los marginados, los que sufren, los
olvidados. Pero nadie está excluido de su corazón, ya que, ante Él, todos somos
pobres y necesitados. Todos somos mendigos, porque sin Dios no seríamos nada.
Tampoco tendríamos vida si Dios no nos la hubiera dado. Y, sin embargo,
¡cuántas veces vivimos como si fuéramos los dueños de la vida o como si
tuviéramos que conquistarla! La mentalidad mundana exige convertirse en
alguien, tener prestigio a pesar de todo y de todos, rompiendo reglas sociales
con tal de llegar a ganar riqueza. ¡Qué triste ilusión! La felicidad no se
adquiere pisoteando el derecho y la dignidad de los demás.
La violencia provocada por las guerras muestra con evidencia cuánta arrogancia mueve a quienes se consideran poderosos ante los hombres, mientras son miserables a los ojos de Dios. ¡Cuántos nuevos pobres producen esta mala política hecha con las armas, cuántas víctimas inocentes! Pero no podemos retroceder. Los discípulos del Señor saben que cada uno de estos “pequeños” lleva impreso el rostro del Hijo de Dios, y a cada uno debe llegarles nuestra solidaridad y el signo de la caridad cristiana. «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 187).
5. En este año dedicado a la oración, necesitamos hacer
nuestra la oración de los pobres y rezar con ellos. Es un desafío que
debemos acoger y una acción pastoral que necesita ser alimentada. De hecho, «la
peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual.
La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan
a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra,
la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y
de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse
principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria» (ibíd.,
200).
Todo esto requiere un corazón humilde, que tenga la
valentía de convertirse en mendigo. Un corazón dispuesto a reconocerse pobre y
necesitado. En efecto, existe una correspondencia entre pobreza, humildad y
confianza. El verdadero pobre es el humilde, como afirmaba el santo obispo
Agustín: «El pobre no tiene de qué enorgullecerse; el rico tiene contra qué
luchar. Escúchame, pues: sé verdadero pobre, sé piadoso, sé humilde» (Sermón 14,3.4).
El humilde no tiene nada de que presumir y nada pretende, sabe que no puede
contar consigo mismo, pero cree firmemente que puede apelarse al amor
misericordioso de Dios, ante el cual está como el hijo pródigo que vuelve a
casa arrepentido para recibir el abrazo del padre (cf. Lc 15,11-24).
El pobre, no teniendo nada en que apoyarse, recibe fuerza de Dios y en Él pone
toda su confianza. De hecho, la humildad genera la confianza de que Dios nunca
nos abandonará ni nos dejará sin respuesta.
6. A los pobres que habitan en nuestras ciudades y forman parte de nuestras comunidades les digo: ¡no pierdan esta certeza! Dios está atento a cada uno de ustedes y está a su lado. No los olvida ni podría hacerlo nunca. Todos hemos tenido la experiencia de una oración que parece quedar sin respuesta. A veces pedimos ser liberados de una miseria que nos hace sufrir y nos humilla, y puede parecer que Dios no escucha nuestra invocación. Pero el silencio de Dios no es distracción de nuestros sufrimientos; más bien, custodia una palabra que pide ser escuchada con confianza, abandonándonos a Él y a su voluntad. Es de nuevo Sirácida quien lo atestigua: “la sentencia divina no se hace esperar en favor del pobre” (cf. Si 21,5). De la palabra pobreza, por tanto, puede brotar el canto de la más genuina esperanza. Recordemos que «cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. […] Esa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2).
7. La Jornada Mundial de los Pobres es ya una
cita obligada para toda comunidad eclesial. Es una oportunidad pastoral que no
hay que subestimar, porque incita a todos los creyentes a escuchar la oración
de los pobres, tomando conciencia de su presencia y su necesidad. Es una
ocasión propicia para llevar a cabo iniciativas que ayuden concretamente a los
pobres, y también para reconocer y apoyar a tantos voluntarios que se dedican
con pasión a los más necesitados. Debemos agradecer al Señor por las personas
que se ponen a disposición para escuchar y sostener a los más pobres. Son
sacerdotes, personas consagradas, laicos y laicas que con su testimonio dan voz
a la respuesta de Dios a la oración de quienes se dirigen a Él. El silencio,
por tanto, se rompe cada vez que un hermano en necesidad es acogido y abrazado.
Los pobres tienen todavía mucho que enseñar porque, en una cultura que ha
puesto la riqueza en primer lugar y que con frecuencia sacrifica la dignidad de
las personas sobre el altar de los bienes materiales, ellos reman
contracorriente, poniendo de manifiesto que lo esencial en la vida es otra
cosa.
La oración, por tanto, halla la confirmación de su propia
autenticidad en la caridad que se hace encuentro y cercanía. Si la
oración no se traduce en un actuar concreto es vana, de hecho, la fe sin
las obras «está muerta» (St 2,26). Sin embargo, la caridad
sin oración corre el riesgo de convertirse en filantropía que pronto se agota.
«Sin la oración diaria vivida con fidelidad, nuestra actividad se vacía, pierde
el alma profunda, se reduce a un simple activismo» (Benedicto XVI, Catequesis, 25 abril 2012). Debemos evitar
esta tentación y estar siempre alertas con la fuerza y la perseverancia que
provienen del Espíritu Santo, que es el dador de vida.
8. En este contexto es hermoso recordar el testimonio que nos ha
dejado la Madre Teresa de Calcuta, una mujer que dio la vida por los
pobres. La santa repetía continuamente que era la oración el lugar de
donde sacaba fuerza y fe para su misión de servicio a los últimos. El
26 de octubre de 1985, cuando habló a la Asamblea General de la ONU mostrando a
todos el rosario que llevaba siempre en mano, dijo: «Yo sólo soy una pobre
monja que reza. Rezando, Jesús pone su amor en mi corazón y yo salgo a
entregarlo a todos los pobres que encuentro en mi camino. ¡Recen también
ustedes! Recen y se darán cuenta de los pobres que tienen a su lado. Quizá en
la misma planta de sus casas. Quizá incluso en sus hogares hay alguien que
espera vuestro amor. Recen, y los ojos se les abrirán, y el corazón se les
llenará de amor».
Y cómo no recordar aquí, en la ciudad de Roma, a san Benito José
Labre (1747-1783), cuyo cuerpo reposa y es venerado en la iglesia parroquial de
Santa María ai Monti. Peregrino de Francia a Roma, rechazado en
muchos monasterios, trascurrió los últimos años de su vida pobre entre los
pobres, permaneciendo horas y horas en oración ante el Santísimo Sacramento,
con el rosario, recitando el breviario, leyendo el Nuevo Testamento y la Imitación
de Cristo. Al no tener siquiera una pequeña habitación donde alojarse,
solía dormir en un rincón de las ruinas del Coliseo, como “vagabundo de Dios”,
haciendo de su existencia una oración incesante que subía hasta Él.
9. En camino hacia el Año Santo, exhorto a cada uno a
hacerse peregrino de la esperanza, ofreciendo signos concretos para
un futuro mejor. No nos olvidemos de cuidar «los pequeños detalles del amor»
(Exhort. ap. Gaudete et exsultare, 145): saber
detenerse, acercarse, dar un poco de atención, una sonrisa, una caricia, una
palabra de consuelo. Estos gestos no se improvisan; requieren, más bien, una
fidelidad cotidiana, casi siempre escondida y silenciosa, pero fortalecida por
la oración. En este tiempo, en el que el canto de esperanza parece ceder el
puesto al estruendo de las armas, al grito de tantos inocentes heridos y al
silencio de las innumerables víctimas de las guerras, dirijámonos a Dios
pidiéndole la paz. Somos pobres de paz; alcemos las manos para acogerla como un
don precioso y, al mismo tiempo, comprometámonos por restablecerla en el día a
día.
10. Estamos llamados en toda circunstancia a ser amigos de
los pobres, siguiendo las huellas de Jesús, que fue el primero en hacerse
solidario con los últimos. Que nos sostenga en este camino la Santa Madre de
Dios, María Santísima, que, apareciéndose en Banneux, nos dejó un mensaje que
no debemos olvidar: «Soy la Virgen de los pobres». A ella, a quien Dios ha
mirado por su humilde pobreza, obrando maravillas en virtud de su obediencia, confiamos
nuestra oración, convencidos de que subirá hasta el cielo y será
escuchada.
Roma, San Juan de Letrán, 13 de junio de 2024, Memoria de san
Antonio de Padua, patrono de los pobres.
FRANCISCO
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