La Iglesia Católica celebra de manera muy especial estos días, al tiempo que están muy arraigados en nuestra cultura.
La solemnidad de Todos los Santos como la Conmemoración de los Difuntos, son dos celebraciones que recogen en sí, de un modo especial, la fe en la vida eterna.
La Solemnidad de Todos los Santos pone ante los ojos de nuestra fe a todos aquellos que han alcanzado la plenitud de su llamada a la unión con Dios (los Santos). También se nos invita a subrayar la llamada a la santidad que estamos llamados por el Santo Bautismo.
El día que conmemora los Difuntos hace converger nuestros pensamientos hacia aquellos que, dejado este mundo, esperan alcanzar en la expiación la plenitud de amor que pide la unión con Dios.
Se tratan de dos días grandes para la Iglesia que, de algún modo, "prolonga su vida" en sus santos y también en todos aquellos que por medio del servicio a la verdad y el amor se están preparando a la vida eterna.
En estos días muchos de nosotros visitamos los cementerios y rezamos por nuestros difuntos. La Conmemoración de todos los fieles difuntos nos invita a mirar a la muerte desde la perspectiva cristiana y no caer en la “desesperación más profunda”.
El Vaticano II, en Constitución Dogmática “Gaudium et Spes”, lo expresa bellamente: “El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. … Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. … (G.S. 18)
Martín Descalzo, sacerdote y escritor católico, vivió su proceso de enfermedad de manera admirable. Él decía que “Morir es sólo morir. Morir se acaba. Morir es una hoguera fugitiva. Es cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba”.
Creemos que es una terrible pérdida no tener a la muerte como última instancia, o penúltima para los cristianos, de la vida del hombre actual. Ella se convierte en un principio de impulso para no instalarse en esta realidad para siempre como lo único existente, y abre la pregunta sobre el gran quizá de la vida más allá de la muerte.
El día de los difuntos es una oportunidad para:
A.-LA ORACIÓN:
Rezar por nuestros difuntos y por todos los difuntos.
B.-PARTICIPAR EN LA EUCARISTÍA:
En cada Eucaristía celebramos la entrega de Jesús por todos y su triunfo sobre la muerte.
C.-LA LIMOSNA:
El compartir de nuestros bienes a través de la limosna ennoblece a la persona y participa en la construcción de un mundo de solidaridad y favorece nuestra salvación.
D.-RENOVAR NUESTRO COMPROMISO:
Un compromiso para la construcción del mundo conforme al proyecto de Dios y en favor del Reino de Dios basado en la justicia y el amor.
2.-ASPIRAMOS A LA SANTIDAD.
Jesús de Nazaret, en el Evangelio, nos advierte que no basta decir Señor, Señor, para entrar en el Reino de los cielos, sino cumplir la voluntad del Padre celestial: “No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu NOMBRE, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: “¡Jamás os conocí: apartaos de mí, agentes de iniquidad!” (Mt 7,21-23).
La voluntad del Padre celestial pasa por hacer posible el dinamismo del amor… En el fondo, la voluntad del Padre pasa por amar a Dios con todas nuestras fuerzas y al prójimo como a nosotros mismos. ¡Cómo resuena en este momento, en esta sintonía evangélica, las palabras de San Juan de la Cruz: “Al final de los días nos examinarán del amor”!
San Ignacio de Antioquia recibió el martirio el año 107 en tiempos del Emperador Trajano, y durante su viaje a Roma escribió siete cartas, dirigidas a varias Iglesias. En una de esas cartas a los cristianos de Roma escribía: “lo único que PARA mí habéis de pedir es que tenga fortaleza interior y exterior, para que no sólo hable, sino que esté también interiormente decidido, a fin de que sea cristiano no sólo de nombre, sino también de hecho. Si me porto como cristiano, tendré también derecho a este nombre y, entonces, seré de verdad fiel a Cristo”.
Madre Teresa de Calcuta que "la santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con alegría... La fidelidad forja a los santos”, y Francois Xavier Ngyyên Van Thuân se convenció que “vivir el MOMENTO presente era el camino más sencillo y seguro para alcanzar la santidad…Yo no voy a esperar. Viviré el momento presente, llenándolo de amor”.
La santidad lleva al ser humano más allá incluso de la meta moral que consiste en construir un "hombre auténtico y realizado". Los santos palpan de vez en cuando la perfección suprema de Dios y nos recuerdan a los humanos que el mal PUEDE ser vencido solamente con sacrificio, constancia y confianza.
Ser santos es la grandeza del ser humano que reconoce que el evangelio solamente puede transformar las raíces de la sociedad y de la humanidad, anclados a menudo en la tierra de la propiedad privada, el lucro y el poder. ¡Sí, adquirir, poseer y lucrar son los derechos sagrados e inalienables del individuo en nuestra sociedad y los santos nos recuerdan que todo eso debe ser superado y triturado por el amor!
¡En este día, por favor recuerda que la santidad es solamente esto, hacer la voluntad de Dios con alegría, viviendo el momento presente, llenándolo de amor!
¡Pidamos al Señor que no seamos cristianos sólo de nombre, sino que nos portemos como cristianos en nuestros ambientes, siendo fieles a Cristo!
3.-LA CELEBRACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
La
Festividad de todos los difuntos nació en Cluny (Francia) en el siglo X y se
celebró siempre el día 2 de Noviembre.
Fue creado por San Odilo, abab del
Monasterio de Cluny, para realizar oraciones, no solamente por los protectores
laicos difuntos como se hacía hasta ese momento, “por todos los muertos”. Roma
adoptó esta celebración y la extendió a toda la Iglesia.
La muerte nos
acerca a las personas a nuestro interior más que la presencia física y nos
despierta del sueño de lo inmediato y sensorial. La muerte es el combate más
pálido de la existencia humana pero que nos da la oportunidad de sumergirnos en
el secreto de los muertos de ayer, testigos predilectos de la fugacidad de la
vida y del tiempo.
La muerte es
el palpitar silencioso que nos hace estallar en lo cotidiano y nos acerca sin
notarse a la más clara memoria: ser hijos de la tierra y peregrinos hacia el
cielo.
4.-LA MUERTE COMO AMENAZA.
La muerte es una amenaza para la vida de las personas. Ya está presente en el momento de nacer como la tendencia final. Ella arrasa personas, pueblos, civilizaciones, proyectos... Y ella misma puede convertirse en el gran muro que cuestione la existencia de Dios, cuando se concreta en un ser querido, en la matanza de inocentes, en la agonía lenta y tortuosa de enfermos en los hospitales.
La muerte abre, a nivel filosófico, planteamientos profundos sobre el "gran quizás". No basta a muchos la postura agnóstica de instalarse seguros en lo presente, olvidando los desastres y la muerte de su alrededor, y negando la posibilidad de plantearse la pregunta sobre el más allá tachándola de inútil y vacía. Pero, para otros, la postura atea, en sus múltiples vertientes, no basta.
P. Claudel decía que “Dios no ha venido a suprimir el dolor ni siquiera a explicarlo, sino a llenarlo de su presencia”…Por eso creo que sería un error teológico de incalculables consecuencias creer que el Cristianismo ha dulcificado el drama de la muerte y el horror al sufrimiento por la esperanza y la resurrección…Ninguno de los evangelistas, ni siquiera San Juan, eliminó de sus obras el final trágico de Jesús. Ninguno ocultó este hecho, y nadie, ni siquiera las Iglesias cristianas, pueden, en nombre de la resurrección, quitarle importancia.
M. Horkeimer afirmaba que “"La teología...es la esperanza de que la injusticia que caracteriza al mundo no puede permanecer así, que lo injusto no puede considerarse como la última palabra...Soy cada vez más de la opinión de que no se debería hablar de anhelo, sino de miedo de que Dios no exista"…y, desde este planteamiento, si bien es cierto que la sociedad actual, hedonista, promotora del consumismo más atroz e impulsora de una cultura desequilibrada ha arrinconado, e incluso se ha olvidado de la muerte y del sufrimiento, convirtiéndolos en espectáculos para entretener; también no es menos cierto que es una terrible pérdida no tener a la muerte como última instancia, o penúltima para los cristianos, de la vida. Ella se convierte en un principio de impulso para no instalarse en esta realidad para siempre como lo único existente, y abre la pregunta sobre el gran quizá de la vida más allá de la muerte…
Cada creyente debe enfrentarse a una pregunta que atormenta a los contemporáneos como nunca, el sufrimiento del justo o del inocente, y enraizar nuestra propia queja en el meollo de nuestra conflictiva existencia abierta a la fe, sabiendo que “Jesús murió porque nosotros matamos y porque nosotros morimos” (González Faus).
En una reunión de catequesis un joven expresó con intensidad su inquietud y su preocupación acerca de la resurrección de los muertos. Él no sabía a ciencia cierta si los muertos podían volver a vivir cuando en el cementerio sólo quedaba silencio y huesos, y cómo resucitaban los muertos.
Todos callaron de pronto porque aquella pregunta les preocupaba tanto o más que a su compañero y las miradas quedaron fijas en el catequista.
El catequista, un tanto nervioso, se alegró que saliera este tema tan importante para la fe cristiana y para el hombre. Releyó despacio el capítulo 15 de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, y contestó a los chicos: "El ser humano siempre se ha resistido a admitir que la muerte es la experiencia última de la vida y que la muerte, la injusticia, el dolor y el sufrimiento venzan en el devenir histórico. Siempre ha anhelado el triunfo de Dios sobre estas realidades y que el triunfo vendría del mismo Dios. La resurrección es el sí amoroso de Dios Padre a toda la obra y persona de Jesucristo, injustamente tratado y crucificado en la cruz.
¿Qué comparación haremos para comprender la resurrección de los muertos? ¡La que utiliza San Pablo! "Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de trigo por ejemplo o de alguna otra palabra. Y Dios le da un cuerpo a su voluntad; a cada semilla un cuerpo peculiar" (1 Cor 15,37-38).
6.-UNA RESPUESTA CRISTIANA AL ENIGMA DE LA MUERTE.
Si bien es cierto que la sociedad actual, hedonista, ha arrinconado, e incluso se ha olvidado de la muerte y del sufrimiento, convirtiéndolos en espectáculos para entretener; también no es menos cierto que es una terrible pérdida no tener a la muerte como última instancia, o penúltima para los cristianos, de la vida del hombre actual. Ella se convierte en un principio de impulso para no instalarse en esta realidad para siempre como lo único existente, y abre la pregunta sobre el gran quizá de la vida más allá de la muerte.
La muerte es una amenaza para la vida del hombre. Ya está presente en el momento de nacer como la tendencia final. Ella arrasa personas, pueblos, civilizaciones, proyectos... Y ella misma puede convertirse en el gran muro que cuestione la existencia de Dios, cuando se concreta en un ser querido, en la matanza de inocentes, en la agonía lenta y tortuosa de enfermos en los hospitales.
La muerte abre, a nivel filosófico, planteamientos profundos sobre el "gran quizás". No basta a muchos la postura agnóstica de instalarse seguros en lo presente, olvidando los desastres y la muerte de su alrededor, y negando la posibilidad de plantearse la pregunta sobre el más allá tachándola de inútil y vacía.
El Vaticano II, en la Constitución Dogmática “Gaudium et Spes”, lo expresa bellamente: “El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. … Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. … “ (G.S. 18)
Desde esta afirmación esencial de que el ser humano ha sido creado para un destino feliz situado más allá de la muerte, Martín Descalzo, sacerdote y escritor católico, decía que “morir es sólo morir. Morir se acaba. Morir es una hoguera fugitiva. Es cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba”.
La muerte es el palpitar silencioso que nos hace estallar en lo cotidiano y nos acerca sin notarse a la más clara memoria: ser hijos de la tierra y peregrinos hacia el cielo. Y la respuesta cristiana al enigma de la muerte es la Resurrección de los muertos, vinculada profundamente al triunfo pascual de Jesús.
7.- LA MUERTE COMO DESTINO PENÚLTIMO.
En estos días las miradas de los
ciudadanos se dirigen a los cementerios y el transitar de miles y miles de
personas para visitar las tumbas de los suyos.
El ser humano se
resiste a desaparecer para siempre y cuando se impone toda desesperanza,
entonces, de inmediato, brota, desde el mismo interior, una rebeldía que le
impulsa a hacer creíble su esperanza.
Es una
terrible pérdida no tener a la muerte como última instancia, o “penúltima para
los cristianos, de la vida del ser humano, y reconocer que nuestra existencia
se encamina hacia “la otra orilla”, a la vida eterna.
El Papa
Benedicto XVI, en la Oración del Ángelus del 1 de Noviembre del 2006, afirmó:
“…para nosotros, los cristianos, “vida eterna” no indica una vida que dura para
siempre, sino, más bien, una nueva calidad de existencia, plenamente inmersa en
el amor de Dios, que libra del mal y de la muerte, y nos pone en comunión sin
fin con todos los hermanos y las hermanas que participan del mismo amor. Por
tanto, la eternidad ya puede estar presente en el centro de la vida terreno y
temporal, cuando el alma, mediante la gracia, está unida a Dios, su fundamento
último”.
La mirada a la
vida eterna es un arma que nos mantendrá despiertos en esta tierra y la
antorcha que hará soportables nuestros pasos, sabiendo que “no se niega la
esperanza de “un cielo nuevo y una tierra nueva” en nombre del descuido de lo
terreno, sino que más bien “se equivocan los cristianos que, bajo el pretexto
de que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que
puedan descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es
un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la
vocación personal de cada uno” (GS 43).
La Celebración de todos los difuntos nos nos acerca sin notarse a la más clara memoria: ser hijos de
la tierra y peregrinos hacia el cielo.
8.-UN MENSAJE QUE OCULTE LO OSCURO MÁS ALLÁ DE LA MUERTE.
El ser humano es una "caña que piensa" (Pascal), un ser indefenso y rodeado de limitaciones, anclado en múltiples miedos e inseguridades. Necesita un "Algo", o mejor dicho un "Alguien", que pueda satisfacer su apetito existencial y su vacío interior.
Desde el desvalimiento existencial, en muchas ocasiones, brota con fuerza la revelación divina "Dios te ama".
Cuando aumenta la insatisfacción y la ansiedad que genera desequilibrios psíquicos, entonces brota con fuerza la frase lapidaria de Jesús: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9).
Cuando resurge con fuerza la soledad y los recelos más dispares, entonces aparece como un susurro en la noche: "No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os ha llamado amigos" (Jn 15,15a).
Cuando la venganza y la reacción instintiva del odio brotan por doquier, entonces el perdón misericordioso de Dios llega al corazón del hombre como un bálsamo que destruye la sombra.
Cuando el hombre se esconde en la noche de su propio egoísmo, entonces se oye con más nitidez el eco de una voz distinta: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros" (1 Pe 1,3).
¡Sí, hoy necesitamos encontrar un mensaje revolucionario que eclipse lo oscuro más allá de la muerte y favorezca lo eterno!
¡Sí, una llamada que nos mantenga despiertos y nos lance hacia el futuro con entusiasmo y esperanza!